La Colegiata de Santa María de Calatayud. Documentos y restauración

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO
El pasado 26 de octubre se presentaron en Calatayud dos libros complementarios dedicados a la Colegiata de Santa María de Calatayud y editados por el Centro de Estudios Bilbilitanos. Uno de ellos se centra en la portada de la Colegiata, recientemente restaurada a instancias del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón. El otro libro recoge numerosos documentos hallados en diferentes archivos bilbilitanos, aragoneses y estatales, relacionados con la misma Colegiata de Santa María. En ellos participan el arquitecto Fernando Alegre Arbués y el historiador del arte Javier Ibáñez Fernández.
Como bien explican los responsables, el Plan Director para la Restauración de la Colegiata de Santa María, Revisión y Actualización, que había sido encargado por el Gobierno de Aragón en el año 2010, ha exigido realizar un estudio artístico del monumento, con  su levantamiento planimétrico completo. Este Plan supone el inicio de un largo proceso que ha de fijar las sucesivas intervenciones de conservación y restauración que se han de llevar a cabo en la Colegiata durante la próxima década.
El abad de Santa María, Jesús Vicente Bueno, señaló que la Colegiata de Calatayud estaba de moda. De un tiempo a esta parte todos los especialistas estaban interesados en ella. Y añadió una bella imagen muy ilustrativa. Comparó a la Colegiata con un pozo lleno de agua. Cada uno que llegaba sediento de saber o de conocimiento, sea el que fuera, lanzaba el cubo con la cuerda y sacaba del fondo del pozo lo que le interesaba. Esta vez la curiosidad y el trabajo de dos especialistas nos han proporcionado dos libros fundamentales para conocer el delicado y siempre complicado devenir de este antiguo edificio bilbilitano.
Desde antiguo se ha creído que la Colegiata de Santa María ocupaba el antiguo solar de la mezquita musulmana, pero en las excavaciones llevadas a cabo en el claustro en el año 2000, con la intención de dedicarlo a museo, y en las más recientes llevadas a cabo en el interior, no han aparecido restos significativos de la época islámica, por lo que se piensa que la mezquita mayor de la ciudad sería ocupada por la iglesia de San Juan de Vallupié, desaparecida.
La iglesia de Santa María fue consagrada en 1249 y en 1253 el obispo García Frontín le asignó las familias nobles de la ciudad, como parroquia principal o mayor. De comienzos del siglo XV datan los vestigios más antiguos, como son el claustro, el cuerpo inferior del ábside y los dos primeros módulos de la torre. En el claustro se fundó una cátedra de Teología, que dotó con una biblioteca el caballero bilbilitano Miguel Sánchez de Algarabí en 1412. El Papa Luna confirmó esta cátedra, fundando en 1415 el Estudio General de Calatayud, clausurado en 1418. Estas circunstancias que relacionan la construcción del claustro con el Papa Luna, han hecho pensar en la intervención de su maestro de obras Mahoma Rami.
El 13 de septiembre de 1524 hizo su entrada triunfal en Calatayud el nuevo obispo de Tarazona, Gabriel de Ortí, acompañado por el deán de Tudela y Calatayud, Pedro Villalón. Y el 5 de febrero de 1525, el deán de Santa María, Pedro Villalón de Calcena, y el cabildo, contrataron la nueva portada del templo con Juan de Talavera, maestro de cantería, y con Esteban de Obray, francés. Al parecer las obras se fueron retrasando y no finalizaron en 1527, como se había calculado en un primer momento. En 1531 y 1532 Juan de Talavera y Esteban de Obray todavía seguían en Calatayud, lo que hace pensar que el encargo no estuviera aún terminado.
Javier Ibáñez señala que la portada de Santa María sería definida por Vicente de la Fuente y por José María Quadrado como plateresca. Este adjetivo aludía entonces, fundamentalmente, «a la decoración caprichosa e irracional de corte anticuario aplicada a los edificios levantados en España durante los primeros compases del Quinientos siguiendo, en exclusiva, la fantasía del artífice». Y continúa: «El problema es que, con el tiempo, querría descubrirse una cierta estética orientalizante –islámica- en el ritmo con el que se manejaban esos motivos, y la llamada Mudéjar fallacy, terminaría convirtiendo el plateresco en un fenómeno estrictamente hispano», pasando por alto lo sucedido en Lombardía y Normandía, de donde llegaron artistas como Esteban de Obray, «que lograron introducir en la Península Ibérica una interesante síntesis decorativa nacida de la interpretación del nuevo lenguaje ornamental llegado desde Italia, su fusión con motivos de repertorios diferentes y su combinación conforme a ritmos compositivos, sistemas e interpretación propias del gótico flamígero, que sería perfectamente reconocida por sus contemporáneos, tanto en el propio territorio francés, como a este lado de los Pirineos, y cuyo peso en la configuración del hiperdecorativismo que terminaría considerándose propio, característico –definidor- de la arquitectura española del primer Quinientos parece haber sido bastante mayor de lo que se ha venido considerando hasta ahora».
Entre 1531 y 1538 no se ha podido conocer ninguna información sobre el edificio, pero los restos conservados hacen pensar en una importante reforma en la cabecera. El obispo Pedro Cerbuna llevó a cabo algunas mejoras para la Colegiata. La torre medieval de dos módulos debió recrecerse a finales del siglo XV, como consecuencia del recrecimiento del ábside y la reforma de la capilla mayor.
Desde 1591 a 1788 se echan en falta los Libros de actas capitulares de la Colegiata. Tampoco el Archivo de Protocolos Notariales de Calatayud guarda ningún documento que recoja las obras desarrolladas a lo largo de estos casi dos siglos. La construcción del nuevo templo, de planta de salón, bien pudo comenzar a finales del XVI, pero no se concluiría hasta 1616, fecha en la que debió contratarse el retablo mayor. Para solemnizar el fin de las obras, el deán Domingo Gordo celebró una misa de pontifical en 1617, lo que desataría una airada reacción del obispo de Tarazona, Martín Terrer de Valenzuela, que llegaría a excomulgarle y exigirle que compareciese en Tarazona, según cuenta Vicente de la Fuente en su Historia de Calatayud.
Se conoce un listado de parroquianos de Santa María elaborado en 1603. Algunos de ellos eran profesionales de la construcción, aunque no se puede precisar si tomaron parte en las obras de la Colegiata. Entre ellos aparece Gaspar de Villaverde, que quizá estuviera al cargo de las obras de este templo, aunque se tiene constancia cierta que trabajó en la iglesia de dominicas, demolida en 1973, y en la Colegiata del Santo Sepulcro.
Al parecer, los dos últimos cuerpos de la torre fueron realizados a finales del siglo XVII, años después de la conclusión de las obras del templo. Tal vez estos trabajos coincidieran con la reforma del campanario de la Seo de Zaragoza y su chapitel, en forma de bulbo, realizado por varios profesionales madrileños en 1703, pudo servir de inspiración para el de la Colegiata de Santa María. De este mismo siglo data el coro con la sillería, que luce la fecha de 1686. También se construyó una pequeña capilla en el claustro y la sala capitular nueva.
El órgano de la Colegiata se contrató con el maestro Silvestre Tomás en 1762. En este siglo XVIII se construyeron también varios retablos y la sacristía, que acogería el archivo en el piso superior.
En la reunión capitular celebrada el 6 de junio de 1788, el prior señaló que había constatado «algunos deterioros y ruinas» en el pórtico. En octubre se presentó un plan y se ordenó llevar a cabo los cálculos económicos de la obra, que presentó el canónigo Martín el 7 de noviembre. Los canónigos decidieron llevar adelante el proyecto para «guardar y defender la fachada y portada de piedra». No se sabe si este proyecto se llevó a cabo, pues no se levantó el contrafuerte que el canónigo quería levantar a la derecha del vano de acceso.
A mediados del siglo XIX la Colegiata debía presentar un estado preocupante, pues en 1850 Juan Vargas realizó una visura y otra un año más tarde, a cargo de Federico Varela, autor de un informe que señalaba la mala situación de la portada de alabastro, de la fachada del claustro hacia la calle de los Amparados, de la bóveda del presbiterio, de la casa del campanero, del tejado y del techo de la sacristía de la capilla del Bautista. Como el cabildo no podía hacerse cargo del presupuesto de la obra, se dirigieron al obispo, que no debió tomar ninguna medida, pues el cabildo, apoyado esta vez por el Ayuntamiento, volvió a escribirle a finales de octubre de ese mismo año, debido «al estado ruinoso y amenazador de la media naranja y cúpula de dicha iglesia».
Para restaurar el templo y su portada fue seleccionado Juan Vargas, que realizó otro informe el 19 de noviembre de 1851, que señalaba una serie de problemas que aún resultan perceptibles hoy en día. El presupuesto ascendía a 21.553 reales de vellón. La propuesta fue aceptada por el gobierno de Isabel II a comienzos de 1852, iniciándose las obras casi de inmediato. Mariano Blasco redactó en 1861 un cuidado presupuesto, con el que llevó a cabo unas importantes obras estructurales, como el recalce de la torre con piedra sillar y fábrica de ladrillo, la reforma de todas las cubiertas, el arreglo y retejado de todas las capillas y otros edificios anexos, como el claustro, la construcción de los recibos de la pared exterior de la capilla de San José y el arreglo del tejadoz de la portada, ultimadas a principios de marzo de 1863.
Vicente de la Fuente publicó un artículo en el Semanario pintoresco español el 30 de abril de 1843, haciéndose eco del mal estado de la portada. Federico Varela en su informe de 1851señalaba igualmente que las piezas de alabastro se habían separado del muro y amenazaban con desprenderse, defendiendo su restauración «por su antigüedad y gran mérito artístico». El largo proceso para su restauración se inició con la redacción de un informe histórico-artístico por Vicente de la Fuente, que fechó en Madrid en octubre de 1876. Lo acompañaba una fotografía de Laurent fechada en 1863. El informe se presentó en la Academia de la Historia el 3 de noviembre de ese mismo año. Los académicos elevaron una exposición al gobierno y escribieron a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando seis días después. Los académicos de la Historia elevaron el correspondiente informe al Ministerio de Fomento el 14 de noviembre. Pero pasado poco más de un año, el párroco de Santa María se dirigió de nuevo al obispo de Tarazona, el 22 de noviembre de 1877, mostrando su inquietud por la falta de noticias. Al no dar ningún resultado sus esfuerzos, los académicos de la Historia decidieron entonces iniciar un proceso para obtener la declaración de Monumento Nacional para la Colegiata el 25 de abril de 1884. El 10 de mayo elevaron un oficio al Ministerio de Fomento, al que acompañaba una vista fotográfica, quizá la misma de Laurent. La concesión fue casi inmediata, pues el director general de la Instrucción Pública la comunicó el 14 de junio de 1884, advirtiendo que la conservación y custodia del templo pasaban a depender desde entonces de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Zaragoza e informando de la voluntad del gobierno de iniciar la restauración de la portada de la Colegiata a través de la Dirección General de Obras Públicas.
Así el 26 de julio de 1886 el arquitecto Mariano López firmaba en Zaragoza el proyecto de restauración. Los planos y dibujos de este arquitecto se perdieron, lo que obligó a Ricardo Magdalena a levantar nuevos planos, al retomar el proyecto en diciembre de 1901. Pero las obras autorizadas mediante Real Decreto de 16 de agosto de 1888, con un presupuesto de 43.000 pesetas, se suspendieron poco después con la disolución de la Junta de obras, ordenada por Real Decreto del primero de septiembre de 1889. Por ello el párroco exigió al Ministerio de Fomento la reanudación de los trabajos, pues sólo se habían invertido 2.500 pesetas. La nueva Junta de obras, presidida por Félix Sanz de Larrea, comenzó a desarrollar sus funciones el 28 de noviembre de 1894. Entonces ya había fallecido Mariano López, pasando a dirigir las obras Ricardo Magdalena. El nombramiento de Gabriel Maura como diputado por el distrito de Calatayud, facilitó la llegada de los fondos necesarios para retomar los trabajos, que tuvieron lugar desde 1905 a 1911. En 1910 fallecería Magdalena, siendo sustituido por Ramón Salas.
Por entonces las puertas del templo se enviaron al taller de Hermenegildo Sarte de Zaragoza, que falleció con el trabajo comenzado. El cardenal Soldevilla confió los trabajos al taller religioso dirigido por Jorge Alvareda, que comenzó a trabajar con el consentimiento de Ramón Salas y los fondos necesarios, que había gestionado ante el gobierno Antonio Bardají. En ellas trabajaron José y Joaquín Albareda, hijos de Jorge, y el maestro carpintero Rufino Oliván. Por entonces se encomendó la redacción de un nuevo proyecto de restauración al arquitecto Teodoro Ríos. La restauración de la portada y de los batientes de madera se había terminado en 1926, pero se esperó a 1927, fecha que se creía que el monumento cumplía el cuarto centenario. La inauguración se llevó a cabo el 8 de agosto de 1927, con la presencia del general Primo de Rivera. Para dar más vistosidad al acto se desmontó la verja.
En 1901 Mariano Blasco firmó un proyecto para la reparación del chapitel de la torre, con un andamio espectacular que debía anclarse en la misma torre, «en el piso que llaman de las matracas». En 1909 se abordó la restauración del claustro.
En octubre de 1940 Manuel Lorente inspeccionó el monumento descubriendo que había sufrido importantes «asientos o movimientos», debidos a la mala calidad del terreno y el insuficiente contraresto de los empujes. En 1942 redactó un plan en el que se contemplaba el atirantamiento completo de las naves, mediante «tensores de varilla de hierro roscados en los extremos» y la inyección de mortero de cemento en las grietas. Se incluyó un interesante anexo fotográfico, que recogía los problemas más preocupantes de la fábrica en ese momento. En 1950 redactó otro informe para intervenir en las cubiertas de la nave central, incluyendo fotografías y dos croquis.
La Dirección General de Bellas Artes acometería varias actuaciones llevadas a cabo en la Colegiata entre mediados de los años sesenta y comienzos de los ochenta, que serían proyectadas y dirigidas por el arquitecto Rafael Mélida. Entonces se demolió la casa del sacristán, se restauró el ábside y se reformaron las cubiertas. Mientras tanto la Dirección General de Arquitectura actuaba en el claustro, con humedades e inseguridad estructural, con un proyecto redactado en 1966 por Ramiro Moya, que también repararía el basamento exterior de la torre.
En 1968 se restauró el ábside, que incluyó un recalce superficial corrido de hormigón, y un empresillado del basamento mediante pilares empotrados de hormigón armado encadenados con un zuncho de hierro. Tras esta operación aparecieron unas grietas, que obligó a llevar a cabo una nueva restauración diez años más tarde.
En 1986 una fuga de agua ocasionó graves daños en el claustro, por ello el Gobierno de Aragón, con las competencias ya transferidas, envió al arquitecto Francisco Sánchez que redactó un informe en el que describía las lesiones producidas. Una nueva avería en la red de aguas afectó a otra parte del claustro y en esta ocasión Francisco Javier Peña elaboró un proyecto que presentó en 1998, encargado por el Departamento de Educación y Cultura del Gobierno de Aragón. Este Departamento encargó un nuevo proyecto para la restauración del claustro al arquitecto José Francisco Yusta, que presentó en el año 1999, coincidiendo con la elaboración del Plan Director para la restauración de la Colegiata de Santa María de Calatayud. Yusta presentó el proyecto de reforma interior del claustro en el año 2000, para acondicionar el piso bajo como Museo de la Colegiata, así como la restauración de la torre.
La Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Aragón aprobó la Revisión y Actualización del Plan Director, encargando el trabajo al arquitecto J. Fernando Alegre, que ha dirigido con toda urgencia la restauración del arco toral oriental, prestando atención especial al control de humedades, proyectando la actuación estructural sobre la zona del crucero. Por su parte la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura promueve un estudio previo para la restauración del retablo mayor, incluyendo un análisis de las cimentaciones y de la estructura de la cabecera.
Una vez terminados estos trabajos se estudiaran los problemas del ábside, que ya se vienen arrastrando desde las obras llevadas a cabo en 1968.
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