La Revolución Gloriosa de 1868 en Calatayud

Francisco Tobajas Gallego

            El 18 de septiembre de 1868, el almirante unionista Juan Bautista Topete se sublevó en Cádiz al frente de la escuadra. A esta ciudad había llegado dos días antes, desde Londres, vía Gibraltar, el general Prim, acompañado de los progresistas Sagasta y Ruiz Zorrilla. Luego llegarían desde Canarias los generales unionistas, que estaban allí desterrados. Al día siguiente Topete leyó un manifiesto, en el que se justificaba el pronunciamiento. El levantamiento se fue extendiendo poco a poco por el resto del país. El 28 de septiembre tendría lugar la decisiva batalla del puente de Alcolea, Córdoba, con el triunfo de las tropas sublevadas, al mando del general Serrano. Al día siguiente el triunfo llegaba a Madrid y el día 30, la reina Isabel II abandonaba España desde San Sebastián.

Puerta del Sol el 29 de septiembre. Urrabieta, El Museo Universal

            El 20 de octubre, Ángel Gallifa, participaba a los ayuntamientos de Calatayud y de los pueblos de su Partido, su toma de posesión del gobierno civil, para el que había sido nombrado por el gobierno provisional de la nación.

            El 21 de octubre, La Junta Revolucionaria de Calatayud se dirigía al entonces alcalde, Juan Francisco Sancho de Lezcano, informándole que, en la reunión celebrada aquella misma mañana, había acordado dar cumplimiento a lo que se ordenaba en la circular del ministro de Gobernación del día 13, que había sido publicada por el gobernador civil en el Boletín Oficial de la Provincia el día 18. Por ello se había procedido al nombramiento del ayuntamiento de aquel distrito municipal que, provisionalmente, habría de sustituir al que funcionaba el 18 de septiembre. Por mayoría de votos, la elección había recaído en los mismos concejales que componían entonces la corporación municipal: Juan Francisco Sancho de Lezcano, alcalde primero, Justo Zabalo Bueno, alcalde segundo, y los regidores: Ramón Alonso Bueno, Bruno Oroz Rubio, Juan Larrea Cardos, Juan Ciria Germán, León Guillén Celaya, Francisco Gutiérrez Simón, Victorio Álvarez Liñán, Antonio Aznar Franco, Pascual Alcalde Gregorio, Francisco Bardají Hurtado, José Moncín Perales, Vicente Cortés Martínez, Pedro Casas Manzanera y Genaro Moor Ondiviela.

            Aquella misma tarde serían convocados en las casas consistoriales, para constituir el ayuntamiento de la ciudad, que había sido nombrado por la Junta Revolucionaria. Una vez reunidos, el secretario leyó la comunicación de la Junta Revolucionaria de la ciudad, que había cesado en sus funciones, al nombrar al ayuntamiento provisional, elección que había recaído en los mismos componentes de la corporación, que figuraban el pasado 18 de septiembre. En este acto se dio posesión del cargo de alcalde a Juan Francisco Sancho de Lezcano, quien recibió el juramento del alcalde segundo y del resto de concejales, declarando instalado el ayuntamiento provisional.

            A propuesta del alcalde segundo y por unanimidad, se acordó dar un voto de gracias a los componentes de la Junta Revolucionaria, por los servicios prestados a la patria y al vecindario, en el tiempo que había ejercido su función, con acertadas disposiciones y constantes desvelos, que habían procurado a la población orden y tranquilidad completa.

            La junta Revolucionaria de Calatayud había estado compuesta por: Juan Francisco Mochales, Mariano Ballesteros, Bartolomé Alejandre, Marcos Martínez, Juan Catalina y Antonio León Español.

            En la sesión celebrada el 24 de octubre, se vio una circular del gobernador civil, en la que pedía colaboración de los ayuntamientos, en la empresa que confiaba llevar a cabo. Los ayuntamientos, secundando los deseos de las Juntas Revolucionarias, deben procurar celosamente hacerse intérpretes del sentimiento público liberal, rechazando otro interés que no fuera el bien de los pueblos y la felicidad de la Patria, que serían alcanzados por medio del orden verdadero y de la libertad bien entendida.

            También se vio una cuenta, que el depositario municipal había entregado a la Junta Revolucionaria de la ciudad el 21 de octubre, con todas las cantidades que, por orden de ella, habían ingresado en su poder y las que había satisfecho, desde el 30 de septiembre hasta el 20 de octubre.

            El 27 de octubre el presidente señaló que habían llegado 200 fusiles, a cuenta de los 300, que la Junta Revolucionaria había solicitado al capitán general de Aragón, para armamento de la Milicia Nacional voluntaria de la ciudad, que había sido creada por dicha Junta, disponiendo que los fusiles se depositaran en el fuerte de la Merced y fueran custodiados por los individuos de la Milicia. Se acordó que los fusiles se distribuyeran proporcionalmente entre las tres compañías de la Milicia.

            El 31 de octubre se leyó una circular de la Junta de Armamento y Defensa de la provincia, fechada el día 28, en la que participaba las bases que los ayuntamientos debían tener presente, para la formación de la guardia cívica en cada localidad, pidiendo a las ciudades cabeza de Partido Judicial, que se pusieran de acuerdo para nombrar a un comisionado, que tratara con dicha Junta sobre el estado de la guardia cívica y los medios necesarios de defensa. Por ello se acordó citar a los alcaldes de los pueblos del Partido el 8 de noviembre.

            El 3 de noviembre, el ayuntamiento reconocía la necesidad de proveer de municiones a la Guardia Nacional voluntaria. Para ello acordó dirigirse al capitán general, para que ordenara al Parque de Artillería, o a quien correspondiera, que se entregaran al municipio 900 paquetes de cartuchos de fusil. También se comisionó a tres concejales para que, en pública subasta, proveyeran la adquisición de 300 cananas y 300 portafusiles para la guardia ciudadana.

            El 10 de noviembre se vio una circular del gobernador, inserta en el Boletín Oficial del día 7, en la que se ordenaba a los alcaldes que recogieran las prendas de armamento, vestuario y equipo suministrados a la Guardia Rural, que conservarían en su poder hasta nuevo aviso. El capitán general informaba al ayuntamiento, que elevara su petición sobre los cartuchos al 2º Cabo del distrito, jefe subinspector de todas las fuerzas cívicas del mismo.

            El domingo último se había celebrado la contrata, para la adquisición de 300 cananas y 300 portafusiles para la Milicia cívica, al precio de 25 reales cada canana y portafusil, que había sido rematada a favor de los guarnicioneros Hilario Aldea e Hilario Berdejo. El alcalde informó que en la reunión de los pueblos del Partido, se había nombrado representante a Víctor Ruiz, para que tratara con la Junta de Armamento y Defensa sobre el estado de la Guardia cívica y de los medios de defensa que necesitara.

            En la sesión del 17 de noviembre se dio cuenta del Decreto del Gobierno provisional del día 9, sobre el ejercicio del sufragio universal, y de una circular del ministro de la Gobernación del día 13, informando que las elecciones municipales se celebrarían el 1 de diciembre. Se facultó al alcalde para formalizar estos trabajos y la distribución de electores entre los tres colegios, en que se había dividido el distrito municipal: Casa Consistorial, Hospital Municipal y colegio de la Correa. Se acordó enviar al gobernador un resumen del padrón municipal, que lo componían 2488 vecinos.

            A solicitud de los capitanes de las tres compañías de la fuerza ciudadana, el ayuntamiento acordó la adquisición de 600 paquetes de cartuchos de fusil. También se acordó la entrega de 55 fusiles y 55 cananas, procedentes de la extinguida Guardia Rural, por haberlo así dispuesto la Junta Revolucionaria, informando de ello al gobernador civil y al subinspector de las fuerzas cívicas de la provincia.

            La Junta Revolucionaria había pagado 4400 reales, de los fondos de la administración municipal, al jefe de la estación del ferrocarril, por un tren exprés para conducir en él, desde Ateca a Zaragoza, al general Messina, que había sido llamado por telégrafo, para tomar posesión del cargo de capitán general de Aragón, que tendría lugar el 30 de septiembre. Por esta razón, el ayuntamiento solicitaba su reintegro a la Diputación Provincial.

            En la sesión del 21 de noviembre, se vio una comunicación del gobernador civil, con fecha del día 18, pidiendo al alcalde que convocara para el día 26 a dos individuos de cada ayuntamiento del distrito judicial, para que nombraran, bajo su presidencia, a un suplente de diputado provincial por este partido, según disponía el gobierno provisional en un decreto del día 12.

            El maestro Gregorio Ruiz solicitaba al ayuntamiento que se le repusiera en su cargo, en la escuela de niños de la casa del Hospicio Provincial, del que había sido separado por la Junta Revolucionaria. Este caso no sería el único.

            El ayuntamiento, como no disponía de células talonarias, que eran necesarias para ajustarse a los trámites legales de las operaciones electorales municipales, acordó pedir al gobernador 3000 células.

            El 29 de noviembre se informó que el cargo de diputado suplente había recaído en Pedro Sancho de Lezcano, vecino de Zaragoza.

            Ese mismo día se vio que, para proceder a la formación del reparto del impuesto personal, establecido por el gobierno provisional, en sustitución de la contribución de consumos, era necesario conocer el número de habitantes, la edad y el alquiler que pagaba el cabeza de familia. El ayuntamiento acordó que los alcaldes de barrio, procedieran a levantar el padrón de habitantes de sus respectivos distritos, con ayuda de los porteros o escribientes necesarios.

            Vistos los decretos del gobierno provisional de la nación, del 17 y 24 de noviembre, sobre la organización de la Milicia ciudadana, el municipio acordó rectificar el alistamiento de voluntarios que ya pertenecían a dicha Milicia y abrir un nuevo alistamiento en la sala de sesiones de la Casa Consistorial, ante el alcalde de barrio y una comisión del ayuntamiento.

            El 5 de diciembre, el alcalde informó que, desde el establecimiento de la línea férrea, el tren donde llegaban las fuerzas militares, a las que se debía facilitar alojamiento, lo hacía a la una de la madrugada, produciendo molestias a los vecinos, que se resistían a abrir las puertas de sus casas a esas horas tan intempestivas. Por ello se acordó avisar al capitán general, para que la tropa saliera de Zaragoza hacia Madrid en el tren mixto, en vez de hacerlo en el correo, pues debían esperar al día siguiente para continuar su marcha, ya que el correo no disponía de coches de tercera de Calatayud a Madrid.

            El 12 de diciembre, una vez acabado el plazo señalado para rectificar el alistamiento de los voluntarios de la libertad y formar nuevo alistamiento, se acordó que la clasificación de estos individuos se llevase a cabo por los alcaldes de barrio y la comisión del municipio.

            El 14 de diciembre, el gobernador pedía a los alcaldes de los pueblos marcados en la etapa, que se proveyeran de lo necesario, para atender al suministro de las tropas que transitaran por el territorio.

            Hilario Aldana e Hilario Berdejo habían entregado a la comisión 151 y 150 cananas, respectivamente, con más de 150 portafusiles cada uno, conforme a los modelos y condiciones de la contrata. Se depositaron en el patio de la Casa Consistorial, donde se guardaban las bombas de apagar los incendios, bajo la custodia del guarda almacén municipal. Se acordó pagar cada prenda a 2 escudos 500 milésimas, más 6 escudos, por el mayor precio de las hebillas colocadas en los portafusiles, en lugar de los botones de la muestra. Por tanto se pagaron 383 escudos 500 milésimas a Aldea y 381 escudos a Berdejo.

            La comisión nombrada al efecto había adquirido 600 paquetes de cartuchos y 9 millares de cápsulas para la milicia ciudadana, quedando en poder del guarda almacén.

            También se vio un oficio del obispo de Tarazona, en el que pedía que el ayuntamiento revocara el acuerdo tomado por la Junta Revolucionaria, que había dispuesto el cierre de algunas iglesias, dejando en tres el número de parroquias, en vez de las cuatro que se habían asignado en el último arreglo parroquial. Pero el ayuntamiento, al no creerse con atribuciones, acordó dar conocimiento al gobernador. El 5 de octubre, la Junta Revolucionaria había suprimido las parroquias de San Andrés y la de Campiel.

            El 29 de diciembre, hecha la ratificación de los voluntarios de la Milicia ciudadana y la admisión de los nuevos solicitantes, con exclusión de los menores de veinte años y los que no cumplieran con las condiciones del decreto, los aptos se dividieron en cuatro cuarteles. El cuartel de Alcántara contaba con 85 individuos, el de Zaragoza con 79 individuos, el de Soria con 86 individuos y el de Terrer con 88 individuos. Total 338 voluntarios. Los capitanes de las tres compañías debían recoger el armamento de los no aptos, para distribuirlos entre los admitidos.

            Tras el sufragio y escrutinio general llevado a cabo el 23 de diciembre, el ayuntamiento provisional se reunió el 1 de enero de 1869, bajo la presidencia del alcalde Juan Francisco Sancho de Lezcano. Los elegidos por sufragio habían sido: Juan Francisco Mochales y Gadea, Juan Francisco Sancho de Lezcano, Juan Zabalo y Bueno, Pascual Alcalde y Gregorio, León Guillén Celaya, León Grasa y Aznar, Manuel Pérez Garde, José Ruiz Gorrachategui, Serafín Sancho y Bueno, Juan Ciria y Germán, Manuel Higueras y Arrué, Sixto Elizondo y Allué, Franciso Gutiérrez y Simón, Enrique María Sánchez y Clarés, Higinio Cejador y Lozano, Mariano Ruiz Pérez, Bruno Muñoz Vicente y Víctor Ruiz Alonso. Se votó por papeletas al alcalde primero. Juan Francisco Mochales obtuvo mayoría relativa, que recibió del presidente el bastón y la faja, tomando posesión de su cargo, ocupando la presidencia. Por mayoría relativa resultó elegido alcalde segundo Manuel Pérez Garde y alcalde tercero Enrique María Sánchez. A continuación se votó el orden de los concejales.

            El 2 de enero se nombraron las comisiones, dividiendo el distrito municipal en dos cuarteles: Mercado y Santa María. El 5 de enero se acordó que el nombramiento de los cuatro capitanes, de las cuatro compañías de la fuerza ciudadana, tuviera lugar el próximo día 9 en el Consistorio. El día 6 se acordó nombrar a las comisiones, que habían de distribuir las nuevas células para elecciones de diputados a Cortes. Estarían compuestas por cuatro vecinos electores de cada colegio, sacados a suerte en sesión pública.

            El 12 de enero se presentaron los cuatro capitales, que habían sido elegidos el día 9. Justo Zabalo resultó elegido para la primera compañía, perteneciente al cuartel de Alcántara. La segunda compañía pertenecía al cuartel de la puerta de Zaragoza, la tercera al cuartel de la puerta de Soria y la cuarta al cuartel de la puerta de Terrer. Algunos voluntarios protestaron por la forma utilizada en estos nombramientos, pero el gobernador desestimó esta pretensión, aprobando lo llevado a cabo por el ayuntamiento.

            El 23 de enero el presidente señaló que en el hospital se alojaba un elevado número de enfermos, aquejados de tifus, viruela y otras enfermedades contagiosas, debido a la miseria de las clases menesterosas. Por esta razón, el ayuntamiento pensaba trasladar el hospital fuera de la población. El presidente propuso el convento de dominicas, pues este convento iba a suprimirse, según un decreto del gobierno provisional. Para este fin se acordó elevar al gobierno una solicitud. El municipio estaba dispuesto a ceder el local del hospital, para establecer allí la estación telegráfica y administración de correos, reservándose el resto del edificio para escuelas públicas y casa para los maestros.

            El 17 de abril se vio una comunicación del ministro de la Guerra, disponiendo la entrega al municipio, por el parque de Artillería de Madrid, de 400 fusiles, 800 paquetes de cartuchos y las cápsulas correspondientes para los voluntarios de la libertad. Se dispuso que el armamento sobrante se depositara en el Fuerte de la Merced y que hubiera guardia o retén de voluntarios de noche. Al negarse varios voluntarios a hacer guardia, se les había recogido el armamento, siendo expulsados de la fuerza ciudadana. Por ello se acordó que los fusiles sobrantes se trasladaran a la Casa Consistorial, donde continuaría el retén por la noche.

            A finales de marzo se iba a acantonar en la ciudad el Escuadrón de Coraceros y el 24 de mayo la Brigada compuesta por tres batallones del Regimiento de Cádiz. Por ello se solicitaba al ayuntamiento que facilitase raciones de pan y cebada. El municipio debía convenir con los mismos el precio del pan diario, cuyo valor sería el del coste que tuviera en el día la ración de 70 decagramos, del llamado de segunda clase, conocido también por el nombre de casero. Se abonaría por meses vencidos, en libramiento sobre Tesorería en Zaragoza, previa presentación de los recibos del suministro.

            El 3 de junio se leyó un telegrama del gobernador civil, en el que invitaba al ayuntamiento a nombrar dos comisiones, para que asistieran en Zaragoza y Madrid, respectivamente, a la promulgación de la Constitución. Para la comisión de Madrid se nombró al alcalde y a Juan Zabalo, y para la de Zaragoza, a los concejales Serafín Sancho y José Ruiz.

            En la sesión del 23 de junio se convino que al día siguiente, el alcalde y los concejales juraran la Constitución de la Monarquía Española, que había sido promulgada el día 6, según ordenaba la disposición cuarta del Decreto del día 17 y el gobernador, en una circular inserta en dicho Decreto, publicada en el Boletín Oficial.

            El 27 de noviembre se acordó el pago de 115 escudos 800 milésimas a Justo Zabalo, capitán de la primera compañía de voluntarios de la libertad, por 136 gorras entregadas a los individuos de las cuatro compañías de la fuerza ciudadana de la ciudad, que Zabalo había encargado en Zaragoza, por orden del ayuntamiento.

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Centenario de Sixto Celorrio Guillén

Francisco Tobajas Gallego

            Sixto Celorrio falleció en Calatayud el 28 de junio de 1924. Al día siguiente se publicó su esquela en El Noticiero y Heraldo de Aragón. El cortejo saldría de la casa familiar, situada en la Plaza de Maura, hasta la iglesia de San Juan el Real, donde se celebraría la ceremonia a las diez de la mañana. Los funerales se celebrarían el día 30 a las diez y media.

            En la sesión del 30 de junio de 1924, celebrada por el Ayuntamiento de Calatayud, se comunicó al pleno el repentino fallecimiento de Sixto Celorrio, cuya gestión en cargos públicos que había ostentado, había sido beneficiosa para Calatayud. La corporación acordó que constara en acta el sentimiento por su pérdida y se comunicara el pésame a la familia.

Placa conmemorativa de su nacimiento. Foto: Francisco Tobajas.

            El 2 de julio, José Rodao escribía unas coplas en La Libertad:                       

La guitarra está de luto
y cuando la tocan, llora;
que ha muerto Sixto Celorrio,
el poeta de las coplas.
Ha muerto Sixto Celorrio,
el baturro trovador,
que ponía en cada copla
toda el alma de Aragón.

            El 3 de julio, Heraldo de Aragón informaba que en la última sesión de la Comisión Provincial, se había acordado hacer constar en acta el sentimiento de la corporación, por el fallecimiento del expresidente de la Diputación, que envió una representación para asistir a sus funerales.

            El 5 de julio, Heraldo de Aragón publicó un artículo de Darío Pérez, titulado «La musa baturra», que dedicaba a Sixto Celorrio. Recordaba el día de su entierro, un día caluroso con el cielo limpio, el camino polvoriento, el campo verde, en todo su esplendor, el trillo en la era, los labradores encorvados en los judiares y el eco plañidero de la campana en la torre más próxima. El cortejo fúnebre, tirado por caballos con negros penachos, marchaba lentamente. Detrás le acompañaban los amigos, montados en una hilera de carruajes. Darío Pérez escribía que la Muerte acababa de matar un querer, el querer al país nativo. Y recordaba una copla de su amigo Celorrio.                       

Poniendo tierra por medio,
dicen que un querer se olvida;
pero hay querer que no muere,
si no está la tierra encima.

            Darío Pérez escribía que solo la tierra acogedora, podía matar el querer de Sixto Celorrio a Aragón, a su provincia, a su pueblo. Este querer había absorbido su vida cerebral y su vida sentimental, que lo había dominado, secuestrado, que lo había hecho su servidor y su víctima… Sixto Celorrio, que era político y poeta, influido por su querer, había dado a su tierra todo lo que había podido: talento, posición, tranquilidad y entusiasmo, además de su inspiración de poeta. Lo mejor de su musa, según Darío Pérez, había florecido en su baturrismo. Nadie le había superado en el cantar baturro y había demostrado que la jota no era una canción ruda o brutal. En sus cantares se recogía toda la escala, desde la pasión a la ternura, pasando por la sátira, la filosofía y la burla. Darío Pérez consideraba que el baturrismo de Sixto Celorrio merecía un estudio detenido.

            A estos quehaceres se había dedicado en las colecciones: A orillas del Jalón, Por mi pueblo, Camino de Zaragoza, En el Centenario de los Sitios o Desde la sierra de Vicor. Pero Sixto Celorrio, tan conocedor de la vida, sabía que no solamente la poesía  engrandecía a los pueblos. Por eso también se había dedicado a la actividad política. Darío Pérez escribía que Sixto Celorrio había entrado en política, con más dinero con que había salido de improviso. Había utilizado siempre su puesto para beneficiar a su país. Más de treinta años de servicio público, no le habían dejado lugar para servirse a sí mismo. Por eso Darío Pérez lo consideraba un romántico de la política. Lo demostraba el hecho que, al dividirse el Partido Liberal y sin ser andaluz, había quedado al lado de Alcalá Zamora.

            Como todos, Sixto Celorrio tampoco se había librado de enemigos, aunque nadie podía callar los servicios extraordinarios que había prestado a su tierra. Darío Pérez escribía: La gratitud es como la luz del día que declina pronto, pero el alma popular conserva el aroma de sus poetas. Cuando el surco trazado por el hombre político, servidor de su país, se ciegue y se borre, las rondas seguirán cantando los aciertos del poeta baturro. Tampoco olvidaba pasadas discusiones. A los que durante treinta años convivimos, padeciendo alguna borrasca que sirvió para dejar más limpio el cielo de la amistad, nos es muy difícil hablar y más costoso escribir. Entonces solo podía entonar una oración, como la que había llevado a sus labios aquella mañana de sol ardiente, con los campos entonando un himno a la vida inmortal, siguiendo el coche fúnebre que llevaba los restos de su querido amigo Sixto Celorrio.

            El homenaje a Sixto Celorrio, en el primer aniversario de su fallecimiento, también fue idea de Darío Pérez. La iniciativa fue recogida por el alcalde Antonio Bardají. Para ello se designó a una comisión que preparó los actos, invitando a autoridades, prensa, amigos y vecinos. Estaba compuesta por los directores de los dos periódicos locales, que editaron un número especial, Antonio Bardají, Cipriano Luis Aguilar y Francisco Lafuente. Aznar Navarro, desde las páginas de La Voz de Aragón, aplaudía el gesto de Calatayud, aunque le parecía poco. Consideraba que Aragón debía tomar una iniciativa más amplia.

            La Comisión Permanente de la Diputación Provincial, presidida por Antonio Lasierra, había acordado enviar a los diputados López Landa, Herrero, Caballero y Galindo. El Ateneo nombró para representarlo al presidente de la Sección de Literatura, Alberto Casañal.

            El sábado 27 de junio de 1925 tuvieron lugar los funerales en San Juan el Real, con asistencia de la corporación municipal, autoridades e invitados. A mediodía se habían reunido en la casa consistorial, las comisiones y representaciones llegadas a Calatayud para el homenaje. Allí se congregaron con el alcalde, depositario y concejales, los diputados provinciales, el arcipreste Vicente de la Fuente, Casañal, que representaba al Ateneo de Zaragoza, Julio López, exdiputado provincial, que representaba a Alcalá Zamora, el exdiputado Darío Pérez, el secretario de la Audiencia y los comisionados de los pueblos del Partido de Calatayud. La comitiva partió del ayuntamiento, precedida por los maceros y los ordenanzas de la Diputación Provincial, con uniforme de gala. En la plaza de los Mesones estaba colocada una lápida cubierta con un lienzo con los colores nacionales, sobre la fachada de la casa natal de Sixto Celorrio. Allí, el alcalde ofreció unas palabras. El homenaje quería ser sencillo, pues Celorrio había sido un hombre modesto. Había nacido en el número 7 de la Plaza de los Mesones, al lado del Mesón de la Dolores, donde las rondas pasarían cantando sus coplas. La placa decía: Aquí nació Sixto Celorrio, inspirado poeta popular. Amó siempre a Calatayud. Mereció lauros y glorias. Los niños de las escuelas nacionales depositaron flores al pie de la lápida.

            Luego se colocaría su retrato en la Galería de Bilbilitanos ilustres. El salón de sesiones del ayuntamiento estaba adornado. La presidencia la ocupaba el alcalde Bardají, acompañado por diputados, el arcipreste, el vicario general, Darío Pérez, Casañal y los hermanos de Sixto Celorrio. A un lado del estrado estaba el retrato del homenajeado, sobre un caballete con la bandera municipal. El secretario leyó el acuerdo municipal tomado, de colocar el retrato en el salón de sesiones. A continuación se leyeron las adhesiones a este homenaje, entre las que se encontraban las del maestro Marquina y Alcalá Zamora. Gaspar leyó unas cuartillas de Eduardo Ibarra, un romance de García Arista, Casañal leyó una composición y Cipriano Luis Aguilar, en representación de la Comisión del homenaje, leyó unas cuartillas alusivas al acto. Moyano tomó la palabra en nombre de la Diputación Provincial. Darío Pérez trató de la obra poética de Celorrio y su entronque con la de Marcial. Su musa había sido serena y plácida. Había sido poeta y ciudadano en activo. Y afirmó: Desde muy joven entró en la vida pública y fue político en la acepción honrada de la palabra, y la verdadera, que es la del sacrificio. Sixto había amado a su tierra sobre todas las cosas.

Sixto Celorrio en la Galería de Bilbilitanos Ilustres

            A esa hora los comercios habían cerrado y los balcones lucían engalanados, en la trayectoria que había seguido la comitiva. En nombre de la familia, Ángel Celorrio agradeció este homenaje. Por la tarde se celebraría una velada necrológica en el Teatro Principal.

            Documentos consultados:

            Archivo Municipal de Calatayud, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1923-1924, Sig. 163.

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Revista Cuarta Provincia nº 5

La revista Cuarta Provincia es un espacio divulgativo y un referente científico del legado, tanto material como inmaterial, que existe en nuestro territorio. Los investigadores que en ella participan nos van abriendo pequeñas puertas a través de la cuales poder adentrarnos en la historia, el arte, el medio ambiente, la etnografía o la literatura de Calatayud y su comarca y así poder conocerlo, difundirlo y, sobre todo, defenderlo.

En este quinto número contamos con siete artículos, dentro de los apartados de arqueología e historia, arte y etnografía.

Con el objetivo de recopilar la historia islámica bilbilitana que aparece en las fuentes escritas, desde sus orígenes hasta la conquista de Alfonso I el Batallador, el investigador Roberto Hernández Muñoz ha hecho un gran trabajo de síntesis que puede servir de punto de referencia y ayuda a todo aquel que quiera trabajar, comenzar a investigar o aprender acerca de esta parte de la historia bilbilitana.

Miguel Ángel Solà Martín, colaborador habitual de la revista, nos acerca con su artículo a la atalaya de La Torreta, sita en el término de Malanquilla, aportando datos resultantes de la prospección arqueológica realizada en 2019 y su visión de las mismas.

Coincidiendo con el centenario del nombramiento de Darío Pérez García como Hijo Predilecto de Calatayud, Francisco Tobajas Gallego centra su investigación en la figura de este político, periodista y escritor durante el periodo en el que fue concejal del Ayuntamiento de Calatayud. Desde su ideología republicana trabajó en favor de los intereses de la ciudad en temas tan diversos como la higiene, la enseñanza, el alumbrado público o el cementerio civil y nos ofrece un recorrido por el Calatayud de finales del siglo XIX y principios del XX.

Inés Zumalacárregui Martínez nos adentra en la iglesia abacial del Monasterio de Piedra desde un singular punto de vista, la acústica. Mediante la realización de hipótesis, realiza una reconstrucción virtual de la iglesia y realiza un minucioso estudio de la acústica del recinto atendiendo a las diferentes variables que pueden influir en ella: la arquitectura, distribución, mobiliario y materiales del recinto, así como la disposición de los emisores y receptores del sonido.

El hallazgo de dos matrices calcográficas pertenecientes a la parroquia de Torrehermosa representando a san Pascual Bailón ha permitido que Jesús V. Solanas Donoso, gran conocedor de la técnica del grabado, haya realizado un estudio pormenorizado de las mismas, ofreciendo datos sobre su autoría, así como nuevas aportaciones a la iconografía del popular santo.

Manuel Casado López, tras el hallazgo de un interesante documento en el Archivo histórico Nacional, hace un estudio de las cofradías y hermandades existentes en las localidades que formaron el corregimiento de Calatayud en el siglo XVIII. El autor es un gran conocedor del tema de las cofradías, después de la publicación en 2021 del libro Las Cofradías de Calatayud. El alma de la tradición y de la fiesta.

La riqueza de los retablos gótico de las iglesias y ermitas de nuestra comarca, hizo que desde finales del siglo XIX fueran muchos los anticuarios y coleccionistas que recorrieron las localidades en busca de obras de arte para comprar. A través de este artículo, Silvia Molina San Juan, Fabián Mañas Ballestín y Jesús Gil Alejandre nos dan a conocer en detalle los procesos de venta de tablas y retablos que se llevaron a cabo en Maluenda a partir de la documentación encontrada en el archivo parroquial y diocesano. Esta investigación ha permitido localizar algunas de estas tablas que hoy cuelgan en las paredes de museos y colecciones privadas y que pertenecieron a las iglesias de Maluenda.

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El banquete del Ayuntamiento de Calatayud al rey consorte en 1864

Francisco Tobajas Gallego

            En el Archivo del Museo del Ferrocarril de Madrid- Delicias, se conserva una foto anterior a 1864 de un coche real, que la Compañía Madrid-Zaragoza-Alicante preparó para la reina Isabel II. Se trataba de un coche de dos ejes y puertas de acceso situadas en el centro del vehículo, al que se llegaba por una escalinata. El coche llevaba el escudo de la casa de los Borbones en las esquinas y en la parte superior de las puertas.

            En 1864 la Compañía Madrid-Zaragoza-Alicante construyó el primer tren real de España, con motivo de la inauguración de la línea de Madrid a Zaragoza. Este tren lo estrenó el rey consorte Francisco de Asís Borbón, para trasladarse a los baños de Alhama de Aragón.

            El tren llevaba cinco coches. Un coche salón o de recepciones, otro de descanso, otro con un salón para los ministros y séquito, otro que hacía de comedor y otro de cocina. A estos se unían todos los coches auxiliares necesarios. El coche salón estaba revestido de damasco rojo, con techo en raso blanco. Los sillones, sillas y divanes eran de tapicería de gobelinos. Sobre el sofá se apoyaba un tapiz, con las armas reales bordadas a mano. En medio del salón destacaba una mesa de alas de caoba y bronce.

            Desde un gabinete se accedía al coche dormitorio, que estaba dividido en tres departamentos. El primero disponía de dos divanes-cama y butacas, el segundo era el dormitorio real y el tercero cumplía las funciones de vestidor, con tocador, armarios y retrete. La tapicería era de damasco azul, con estampado de flores de lis y coronas.

            El coche para los ministros estaba dotado de varios divanes-cama, sillones, butacas, tocador y retrete. El coche comedor disponía de una mesa central ovalada, para doce cubiertos, aparadores y tapicería de piel de Rusia. Las sillas llevaban las iniciales del rey.

            Los coches no llevaban calefacción, por ello se les había dotado de caloríferos con agua hirviendo. Los calentadores se renovaban en cada parada.

            El rey, enfermo de reumatismo, visitó el balneario de Alhama de Aragón el 23 de septiembre de 1863. En 1860, Manuel Matheu había iniciado la construcción del nuevo balneario. Gracias al apoyo del rey, Matheu consiguió modificar el trazado de la línea férrea, para hacerla pasar por los terrenos del balneario y tener así su propio paso a nivel en la estación de Alhama.

   Francisco de Asís Borbón

            En julio de 1864 Matheu construyó los Baños del Rey. En el verano de aquel año, la prensa publicaba la posibilidad de que el rey visitara las Termas Matheu, para conocer el pabellón erigido en su honor. La Correspondencia de España, del 22 de julio de 1864, señalaba que el coste de esta obra había ascendido a cuarenta y tantos mil duros. La obra y su ornamentación eran de estilo árabe y había sido dirigida por el artista Ramón Padilla. Las pilas eran de una pieza y de un tamaño considerable. El Diario de Zaragoza informaba que el edificio se levantaba al pie de un cerro, rodeado de jardines. El vestíbulo daba entrada a un salón árabe. Las salas de baño disponían de dos pilas de mármol de una pieza, provenientes de las canteras del mismo Matheu de Alhama. Pesaban 6000 y 6300 kilos. En el artesonado del techo de la sala de baño, se leía en caracteres árabes: A la salud y gracia de SS. MM. doña Isabel II y don Francisco de Asís, Manuel Matheu. Dios de bendición y gracia.

            Matheu también construyó para los reyes una casa-palacio, en la cúspide de un monte con vistas al lago. Constaba de cuatro pisos, buhardilla y torre que lo coronaba. Esta casa-palacio al igual que los Baños del Rey, no fueron utilizados por los reyes, debido a la revolución de 1868. Esta Revolución de Septiembre, llamada también la Gloriosa, destronó a Isabel II, que tuvo que marchar al exilio, dando comienzo al llamado sexenio democrático (1868-1874).

            En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud del 7 de septiembre de 1864, se vio un oficio del gobernador civil, fechado el día anterior. En él informaba que el rey consorte iba a hacer su entrada en Zaragoza aquella misma tarde y saldría para Madrid la mañana del día 9, deteniéndose en la estación de Calatayud. El gobernador pedía al ayuntamiento, que el rey consorte tuviera un digno recibimiento. Por ello se acordó que, en corporación, se saliera con anticipación a recibir a su majestad a la estación de tren, cuyo edificio se adornaría con colgaduras y banderas. Se avisaría a la banda de música y se invitarían a todas las autoridades, corporaciones y empleados del gobierno. Al vicario general se enviaría un oficio, para que la llegada del rey se anunciara con un repique general de campanas, a la señal que hiciera la del reloj antiguo de la ciudad. También se acordó que el presidente y el regidor síndico dispusieran un bufet en la estación, en obsequio al rey y su comitiva.

            El Correo de Aragón publicaba el 10 de septiembre que, con motivo de la feria de Calatayud, se habían puesto, además de los trenes ordinarios, varios trenes especiales entre Ricla y Calatayud. Este mismo diario recogió las actividades del rey consorte en su corta estancia en Zaragoza. El rey había visitado los establecimientos de beneficencia de la ciudad, dejando 50 000 reales para repartir entre los pobres más necesitados. Los componentes del ayuntamiento zaragozano y los diputados provinciales, le habían pedido la línea de ferrocarril del Pirineo Central, por medio del diputado Emilio Navarro y del teniente de alcalde Valero Ortubia. El rey les contestó que la reina estaba inclinada a favor de esta línea por Canfranc.

            El rey también promovió por suscripción las obras del Pilar, tomando posesión de la presidencia de la Junta Magna de las Obras. El redactor señalaba que desconocía la cantidad con la que se había suscrito el rey.

            La noche del día 8, después del banquete en el palacio arzobispal, con las comisiones de la corporación municipal y provincial, hubo fuegos de artificio. La banda de música, que había tocado en la Plaza de la Constitución, se había retirado mucho más tarde de la medianoche.

            Al día siguiente, a las nueve y media de la mañana, el rey se dirigió a la estación del ferrocarril, acompañado por las tropas y las corporaciones oficiales de comitiva. Tras su marcha, los cuerpos de infantería se retiraron a sus cuarteles, desfilando por el Paseo de la Independencia.

            En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud del 20 de septiembre, se vio una petición de los campaneros, pidiendo una gratificación por haber tocado las campanas el pasado día 9, por la llegada del rey. La corporación no aceptó esta petición.

            También se vio la cuenta que había presentado el fondista de la estación de tren, Augusto Autrand, por el bufet que le había encargado el ayuntamiento en obsequio al rey, que ascendía como única partida a 25 000 reales. Los concejales reconocieron que esta cifra era exagerada y hasta escandalosa, teniendo en cuenta lo que se había pedido y servido en este menú. Por ello no estaban dispuestos a pagar este abuso, considerando la cantidad servida y la calidad de los alimentos. Se acordó que el secretario manifestara al fondista, que el ayuntamiento estaba dispuesto a entregarle 4000 reales, cantidad con que la que consideraba bien pagado su trabajo, según lo encargado y servido en el banquete.

            El 12 de noviembre se vio una comunicación del gobernador civil, que acompañaba una exposición de Augusto Autrand, fondista de la estación del ferrocarril, con la lista del ambigú, cuyo importe reclamaba. El ayuntamiento acordó que, para tratar el informe que se pedía, había que celebrar previamente una reunión con los mayores contribuyentes, pasando los antecedentes al alcalde y síndico para que, con pleno conocimiento de datos, ilustraran a la municipalidad sobre los hechos.

            El 30 de noviembre se presentaron los gastos de los festejos, con motivo de la visita del rey, excepto el gasto del almuerzo que se había dispuesto, por hallarse pendiente de pago.

            El mismo día se reunieron los mayores contribuyentes, con igual número de concejales, para dar cumplimiento a lo ordenado por el gobernador. El secretario leyó la comunicación del gobernador, con la instancia de Autrand. Una vez conocidos los antecedentes y expuestas las justas razones que asistían al ayuntamiento y a los mayores contribuyentes, para oponerse al pago de la exorbitante cifra de 25 000 reales reclamados, se acordó por unanimidad que el informe se pusiera en limpio como estaba redactado y se remitiera al gobernador, con la devolución de la instancia que lo motivaba. Los mayores contribuyentes dieron su voto de confianza al ayuntamiento, para que gestionara lo más conveniente en este asunto, gesto que agradeció el alcalde.

            En la sesión celebrada el 25 de abril de 1865, se informó que el fondista Autrand había reducido la factura de gastos, por el bufet servido al rey consorte el 9 de septiembre del año pasado, a los 4000 reales que le había ofrecido pagar el ayuntamiento, según se había tratado en la sesión del 20 de septiembre. Por tanto se acordó pagarle al fondista esta cantidad, con cargo al presupuesto municipal.

            El 21 de junio se libraron 5684 reales 25 céntimos, a favor del depositario del ayuntamiento, cantidad a la que ascendían los gastos suplidos por él mismo, de los festejos que se habían celebrado con motivo del paso del rey consorte por la ciudad. Esta cantidad se pagaría de la partida de los ingresos extraordinarios.

            Documentos consultados:

            Archivo Municipal de Calatayud (AMC), Libro de Acuerdos del Ayuntamiento Constitucional de la Ciudad de Calatayud, 1864, Sig. 117.

            AMC, Libro de Acuerdos del Ayuntamiento Constitucional de la Ciudad de Calatayud, 1865, Sig. 118.

            Francisco de Asís Borbón: rey consorte mecenas de las Artes. Bicentenario de su nacimiento 1822-2022, Agencia Estatal Boletín Oficial del Estado, Madrid, 2022.

            Moreno Burgos, M. D. y García Lozano, I. (2003): «Los trenes reales españoles, el lujo ferroviario», Vía Libre, 465, 69-72.

Publicado en Noticias | Etiquetado | Comentarios desactivados en El banquete del Ayuntamiento de Calatayud al rey consorte en 1864

La familia infanzona de los Gil de la Corona

Francisco Tobajas Gallego

            Los Gil de la Corona comenzaron su relación con Saviñán a finales del siglo XVIII, con el matrimonio en 1792 entre Antonio Gil de la Corona y Sanz de Pliegos y Josefa Yepes del Campillo. Esta familia infanzona de los Gil de la Corona, todavía posee su casa solariega en Urrea de Jalón, con su escudo nobiliario, donde se representan dos peces, que declaran su origen cántabro, de donde parece ser originario este apellido. Vecina a ella se levanta la casa solariega de la familia Trasobares. Anteriormente, los Gil de la Corona habían sido vecinos de la villa de Ejea de los Caballeros.

            Como caballero hijosdalgo residente en Ejea, Juan Antonio Gil de la Corona participó en las Cortes del Reino de Aragón de 1702-1704. Para ser insaculados como diputados y para su habilitación, los hijosdalgo presentaban sus ejecutorias de infanzonía: firma en propiedad, firma posesoria, firma titular, firma sobrecarta y reales privilegios de caballeratos. Eso demostraba que entre los hidalgos existían diversos grados de infanzonía.        En estas Cortes de 1702-1704 también participó el hijosdalgo José Martínez, de Saviñán.

            En el padrón de infanzones e hijosdalgo del corregimiento de las Cinco Villas, llevado a cabo el 28 de diciembre de 1787, no aparecía ningún Gil de la Corona en Ejea.

            El 26 de agosto de 1721, el rey resolvió que la Audiencia escuchara a Antonio Gil de la Corona, sobre la restitución de unos bienes que le pertenecían y estaban secuestrados en la villa de Ejea.

            En 1750, Agustín y Andrés Gil de la Corona señalaban que en Ejea residían infanzones, que estaban insaculados en las bolsas de los oficios de la villa, como eran: justicias, jurado mayor y segundo, y síndico de Cortes, donde no se admitían a los demás vecinos que no fueran infanzones. Desde tiempo inmemorial, hasta doce años a esta parte, había habido una familia llamada Gil, cuyos descendientes por línea masculina, habían sido reputados por infanzones e hijosdalgo de sangre y solar conocido. Para distinguirse y diferenciarse de las otras familias del mismo apellido, habían tomado el renombre de Gil de la Corona, por haber tenido radicado su domicilio en el barrio y calle de la Corona de esta villa, cuyos descendientes varones habían sido reputados por infanzones, insaculándose en las bolsas de los expresados oficios, gozando de todos los honores y prerrogativas de los infanzones, sin contradicción alguna.

            Hacía como ciento cincuenta años, que la familia había tenido un varón llamado Juan Gil de la Corona, que había casado en Ejea con Sabina del Bosque Díez Cruzat. Su hijo Juan Casimiro había contraído matrimonio en Ejea con Antonia Garria, y en segundas nupcias con Francisca Piñón, también en Ejea. De su primer matrimonio, Juan Casimiro había sido padre de Juan Antonio y del segundo de Agustín.

Escudo de los Gil de la Corona

            Juan Antonio había contraído matrimonio en Ejea con María Navarro, siendo padres de Andrés. Hacía unos cuarenta y dos años, que Juan Antonio había mudado su domicilio a Urrea de Jalón, donde era tenido por infanzón, sin pagar pechas ni cargas concejiles. Agustín había casado con Teresa Larcada, siendo padres de Pedro. En 1743-1745, Agustín aparece como notario domiciliado en Zaragoza. En 1779, Pedro era vecino de Zaragoza.

            Andrés Gil de la Corona Navarro había casado en Urrea de Jalón con María Sanz de Pliegos, siendo padres de Antonio y Mariano.

            En 1701, a instancia de Juan Antonio Gil de la Corona, la Corte del Justicia le había concedido unas letras de firma posesoria de infanzonía a su favor y en 1719 solicitó que se le concediese sobrecarta de esta firma, que se despachó en 1745. Por auto de 20 de abril de 1746, se mandó que el ayuntamiento de Urrea empadronara a Andrés Gil en  la lista de infanzones. En 1750 se mandaba despachar Real Provisión, para que se notificara a los ayuntamientos de Ejea, Urrea y Zaragoza, y al conde de Aranda, por si tuvieran que alegar sobre su contenido en diez días.

            El 6 de febrero de 1727, el conde de Aranda nombró a Juan Antonio Gil de la Corona, secretario del ayuntamiento de Urrea de Jalón. El 29 de octubre de 1759, al quedar vacante esta plaza, el conde de Aranda nombraba nuevo secretario del ayuntamiento y del Juzgado a José y a Juan Francisco Baquerizo, respectivamente.

            Ante el notario Juan Francisco Baquerizo, de Urrea de Jalón, Juan Antonio Gil de la Corona, notario real, y María Navarro, vecinos de Urrea de Jalón, otorgaron testamento el 21 de julio de 1753.

            En él señalaban su deseo de ser enterrados en la parroquia de esta villa, gastando por cada uno de ellos 57 libras. El sobrante de todos los gastos funerarios, se aplicarían en misas. Debían celebrarse cien misas en el convento de San Cristóbal de Alpartir y el resto las dejaban a disposición de Fr. Juan Gil de la Corona y Fr. Francisco Gil de la Corona, sus hijos frailes de la orden de San Francisco.

            Debían pagarse todas sus deudas. Nombraban herederos a Fr. Juan, Fr. Francisco, Andrés, María Antonia, Isabelana y Catalina, sus hijos.          De gracia especial dejaban 50 libras a María Antonia en ropa blanca, o en otra especie que a sus herederos pareciera, una vez trascurridos tres años del fallecimiento de los testadores.

            A su nieta María Magdalena, hija de Andrés Gil de la Corona y María Pliegos, le dejaban de gracia especial seis sábanas, tres de lino y tres de cáñamo, para cuando tomara estado. Y para este fin le cedían también, el derecho que les pertenecía del cobro del legado del licenciado Francisco García, por su hijo Fr. Francisco Gil, según constaba en su testamento, otorgado antes de su profesión en el convento de Jesús de Zaragoza, a excepción de 100 reales, que servirían para que este último socorriera sus necesidades. Nombraban herederos del resto de los bienes a sus hijas Isabelana y Catalina. Y ejecutores de su testamento a sus hijos Fr. Juan, Fr. Francisco y Andrés, y a Agustín, hermano del otorgante, domiciliado en Zaragoza.

            En Urrea de Jalón y ante el mismo notario, el 10 de enero de 1758, María Navarro, viuda de Juan Antonio Gil de la Corona, como heredera, según su testamento otorgado el 21 de julio de 1753, nombraba procurador a Eusebio Estepa, su yerno y vecino de Urrea, para que en su nombre pudiera recibir y cobrar dinero de pensiones de censales, treudos y arrendamientos. También le daba poder para pleitos. En virtud de este poder, Eusebio Estepa nombraba en Zaragoza, el 9 de mayo de 1758, a varios procuradores para pleitos de la Real Audiencia de Aragón.

            El 16 de enero de 1770, una Real Provisión del Real Consejo señalaba que un pleito, que en grado de revista se seguía en la Real Audiencia, entre Manuel de Pliegos y Antonio Gil de la Corona, sobre pertenencia de bienes, se viera con los ministros de una sala, no de las dos salas como se había pedido, y con asistencia del regente. Antonio Gil de la Corona, oficial del Cuerpo de voluntarios de Infantería de Aragón y residente en la Corte, Jacinto Compaño, que estaba casado con Mª Antonia Pliegos, vecinos de Zaragoza, y José García Pliegos, labrador y vecino de Urrea de Jalón, seguían un pleito en la Real Audiencia con Manuel Pliegos y otros, sobre la pertenencia de varios bienes, que constaban en el testamento otorgado por Miguel Pliegos, por fallecimiento de su hijo Manuel sin haber tomado estado.

            El 12 de septiembre de 1792 y ante el notario de Morés, Pedro Enguid, Pedro Santos Gil, labrador de Cariñena, procurador de su mujer Manuela López, vendía a Antonio Gil de la Corona, capitán retirado del Regimiento de Voluntarios de Andalucía y vecino de Urrea de Jalón, 72 sueldos de censo, que se debían pagar el día de la fecha de la escritura, por 220 libras de propiedad, que reconocía haber recibido.     

            El 26 de noviembre de 1792 y en Saviñán, Antonio Gil de la Corona y Sanz de Pliegos, capitán agregado al Estado Mayor de Zaragoza, casaba a las seis de la tarde en casas de la novia, con Josefa Yepes del Campillo (1769-1862). Y el 3 de diciembre en el palacio del conde de Aranda de Épila, ante Joaquín Castar, racionero de la iglesia de la villa y en presencia del regente de Saviñán, ratificaron sus consentimientos Antonio Gil y Josefa Yepes, en orden al matrimonio que Ignacio Gil, procurador de Antonio Gil, había acordado con Josefa Yepes. En Urrea nacerían los tres hijos del matrimonio de los que tenemos noticia: Francisco (h1804-1846), Soledad, que casaría en Saviñán y en 1852 con Camilo Sanz Marqueta, de Brea, y Antonio (h1810-1886). La familia pasó a vivir a Saviñán antes de 1846, año que los libros parroquiales de San Pedro, registraban el fallecimiento de Francisco Gil de la Corona Yepes, que se enterró en el cementerio de la Señoría.

            Ignacio Gil de la Corona, procurador de su pariente Antonio, residía en Morés, donde su familia ya estaba asentada a principios del siglo XVIII. Ignacio Gil Cortés casaría con Francisca Melús Gracián, siendo padres en 1737 de Ignacio, que casaría con Francisca Lafuente Serrano. Serán padres de: Ignacio, que casaría en 1800 con Teresa Garcés, Rosalía, que casaría en 1801 con Pascual Chueca Martínez, Feliciana, que casaría en 1811 con Joaquín Lozano, y Joaquina, que casaría en 1813 con Celidonio Elizaga. A esta familia pertenecía el escritor y político Faustino Sancho y Gil (1850-1896).

            Antonio Gil de la Corona Yepes (h1810-1886) casó en Saviñán en 1858 con Manuela Trasobares Gil de la Corona (h1829-1883). El matrimonio tuvo al menos tres hijos: Antonio (1859-1859), Isidro (1860-1862) y Francisco (1863-1912). El 6 de marzo de 1885, a las seis de la tarde y en casa de la habitación de la novia, casaban Francisco Gil de la Corona Trasobares con Carmen Gracián Campos (1861-1947). Su hija Manuela Gil de la Corona Gracián casó en 1914 con Nicolás García Fando, de Ricla. El matrimonio tuvo dos hijos: Francisco (1915-1938) que falleció en Cella durante la guerra civil, siendo alférez provisional, y Fernando (1917-1987), que casó en 1944 en Santa Engracia de Zaragoza, con Teresa Renovales Chiloeches.

            Documentos consultados:

Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, AHPZ, Informes probanza de nobleza, P/001786/0016.

AHPZ, Nombramientos de oficios públicos, P/001786/0010.

AHPZ, Reales Órdenes, J/001096/0024, J/000853/0004 y J/000855/0016.

Archivo Municipal de Calatayud, notario Pedro Enguid, Libro 0002461.

Archivo Parroquial de Saviñán, Quinque libri de la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol.

Fantoni y Benedí, R. (1996): «Caballeros hijosdalgo en las Cortes del Reino de 1702-1704 residentes en las provincias de Zaragoza y Teruel», Emblemata, 2, 165-182.

-(1999) «Padrón de infanzones e hijosdalgo del corregimiento de las Cinco Villas, 1737-1787», Hidalguía, 273.

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