Francisco Tobajas Gallego
Palabras y emociones se mezclan en el libro La expulsión de los judíos de Calatayud. Anatomía de una encrucijada, del catedrático y profesor Miguel Ángel Motis Dolader, que ha sido publicado por el Centro de Estudios Bilbilitanos y presentado el pasado 23 de marzo, en el salón multiusos del Ayuntamiento de Calatayud.
El autor reconoció su deuda contraída con el CEB, pues en 1989 concurrió y obtuvo una ayuda patrocinada por este centro, con la que pudo consultar los fondos del Archivo de Protocolos Notariales de Calatayud, relativos a las últimas décadas de la presencia judía en esta ciudad. También ha investigado en el Archivo de Protocolos Notariales de Zaragoza, en los procesos inquisitoriales del Tribunal en el distrito de Calatayud, en los documentos de la Real Chancillería y en los destinos que eligieron los judíos bilbilitanos, Navarra y Nápoles, apoyándose además en varios estudios anteriores. Al faltar las actas del Concejo bilbilitano, se desconoce la transformación de la judería, para pasar a ser un nuevo barrio de la ciudad. Asimismo, se echan en falta los fondos del archivo de la Comunidad de Aldeas de Calatayud y unas mil páginas que documentaban la expulsión, perdidas en la guerra con los franceses. Según el autor, solamente se conserva un 8% de la documentación relativa a esta época.
La aljama judía bilbilitana estuvo compuesta por unas doscientas veinte familias, que representaban entre un 15% y 18% de la población de Calatayud, que supieron buscar oportunidades y hacerse necesarios. Era la segunda judería más importante del reino, tras la de Zaragoza. Casi la mitad de ellos eran artesanos, dedicados a la piel y al calzado, aunque también eran sastres de confección y remendones. Igualmente había mercaderes y prestamistas, que facilitaban créditos a los labradores del Jalón y del Jiloca. No se interferían ni hacían competencia a los mudéjares, dedicados a la construcción y al metal. Hasta los curas cristianos consagraban con vinos judíos.
Con la euforia de la toma de Granada, se comenzó a planificar el destierro de los judíos castellanos y aragoneses. El estado moderno debía ser confesional, cuando el medieval no lo había sido. Representaba el fin de la tolerancia judía por un rey, Fernando el Católico, en cuya corte abundaban los judíos y conversos. Por eso nadie lo esperaba, aunque si el rey hubiera querido expulsarlos, no les hubiera dado opción a la conversión.
El borrador del edicto de expulsión de los judíos aragoneses, se redactaría en torno al 20 de marzo. Se firmó el 31 de aquel mes, pero sería publicado en Santa María el Domingo de Quasimodo, que cayó en 29 de abril. Se trataba de una fecha simbólica. Cristo había resucitado, por tanto no cabía otra disyuntiva que la conversión o el exilio. En esta fecha se bloquearían las puertas de la judería bilbilitana, para llevar a cabo un inventario. Entonces la judería se encontraba casi en suspensión de pagos. Desde 1480 la aljama judía emitía deuda pública, para el pago de intereses a varios conversos de Calatayud y Zaragoza. Con estos bienes, en oro, dinero o inmuebles, se tuvieron que pagar, por este orden, los débitos del rey, del concejo y de los acreedores. El sobrante es lo que pudieron llevarse los judíos. El oro y el dinero se guardaban en el sagrario de Santa María. Se puso como fecha tope el 31 de julio, para la liquidación de todos estos bienes, pero no pudo llevarse a cabo en esta fecha.
Los funcionarios bilbilitanos dudaron demasiado de las directrices recibidas desde Zaragoza, siendo sustituidos en estas gestiones por estos últimos, aunque también intervino la Inquisición. Inquisidores, funcionarios y conversos se aprovecharon en aquella difícil situación, con el agravante de la peste. Grandezas y miserias de la condición humana.
Una parte de los judíos bilbilitanos se convertiría al cristianismo, incorporándose activamente a cargos públicos y eclesiásticos, como ciudadanos aragoneses, lo que daría lugar al florecimiento de la ciudad en el siglo XVI. Otros partirían a Navarra y Nápoles, desde el puerto de Tortosa. Los judíos navarros serían expulsados en 1498, provocando la vuelta de algunas familias convertidas a Calatayud, con otros apellidos, o bien la huida a otros países del Mediterráneo. Desde Nápoles también regresaron varias familias, otras marcharon definitivamente al Imperio Otomano. La diáspora bilbilitana siempre fue muy femenina. Generalmente, si se convertían las mujeres, se convertía toda la familia. Desde 2015 se reconocen como españoles a los descendientes directos de los judíos expulsados, sin necesidad de renunciar a su nacionalidad y sin la exigencia de residencia en España.
Desde las primeras conversiones de 1413, se iría produciendo un proceso paulatino de conversiones, siendo Calatayud una de las ciudades con mayor número de conversos, con un porcentaje cercano al 60%. Este hecho no solo ocurrió en familias pudientes, sino también en otras, llevadas por convicciones personales. En muchos linajes principales, se encuentra un alto fermento de conversos.
Se trata, al fin, de un libro intenso, muy bien documentado, que nos quiere seducir y enamorar porque, como expresó su autor, estar en-amor-a-dos es la clave para construir una buena relación entre los lectores y el texto. Historia y nostalgia de unas palabras y emociones, sentidas bajo el mismo cielo estrellado de Calatayud.