EL SISTEMA DEFENSIVO MUSULMÁN ENTRE LAS MARCAS MEDIA Y SUPERIOR DE AL-ANDALUS

 

Francisco Tobajas Gallego
            El pasado 9 de febrero se presentó en el Salón Multiusos del Ayuntamiento de Calatayud el libro El sistema defensivo musulmán entre las Marcas Media y Superior de al-Andalus (siglos X-XII), de Vicente Alejandre Alcalde, que ha sido editado por el Centro de Estudios Bilbilitanos. El autor estuvo acompañado por el vicepresidente del Centro de Estudios Bilbilitanos, José Ramón Olalla, y por el consejero Carlos Sáenz Preciado.
            Carlos Sáenz señaló que en una tierra donde no faltan las historias de moras encantadas y tesoros escondidos, «hacía falta un trabajo que aportase una visión global, de conjunto, sobre las fortificaciones musulmanas». Con este libro, Vicente Alejandre había aportado una «nueva visión» del sistema defensivo musulmán, apoyándose en las fuentes escritas y arqueológicas, de un amplio territorio enmarcado entre el Duero y el Jalón, tierras de frontera.  En él se sitúan las monumentales alcazabas y fortalezas de Calatayud, Medinaceli o Gormaz, pero también pequeñas alquerías y atalayas que salpican el territorio y que se encuentran en grave peligro de desaparición.
            En el prólogo, Mario Lafuente Gómez felicita al autor por el resultado de su trabajo, «un sólido estudio apoyado en un extraordinario repertorio de fuentes», en el que se han utilizado los registros físicos, arqueológicos, escritos y onomásticos.
            Vicente Alejandre, que dedica su libro a las gentes de la Raya, supervivientes en tierras de frontera, señaló que su estudio trataba de aproximarse, desde un punto de vista histórico y arqueológico, al sistema defensivo musulmán implantado entre los ríos Duero y Jalón que, durante la alta Edad Media, formaba parte de la frontera septentrional, frente a los territorios cristianos del norte. Su trabajo ha consistido en situar las distintas fortificaciones, que conformaban un verdadero sistema castral, dispuestas para la defensa del territorio, con sus conexiones ópticas y terrestres, existentes entre unas y otras. El autor ha repasado las fuentes documentales, tanto musulmanas como cristianas, la toponimia de origen arábigo, tan abundante en algunos sectores de nuestra región, dejando que la arqueología diga la última palabra para reconocer con seguridad un asentamiento como islámico. El autor señaló que la catalogación de algunos de los restos constructivos de este estudio, podía resultar dudosa, hasta que la arqueología lo confirmara.
             Este estudio ha comprendido un área de más de cinco mil kilómetros, entre el curso del río Duero, que discurre hacia el oeste, y el del río Jalón, que lleva dirección este, que se extiende entre las actuales provincias de Soria, Zaragoza y Guadalajara. La cartografía ha sido proporcionada por el Instituto Geográfico Nacional.
            El libro se compone de cuatro capítulos, cinco anexos y la correspondiente bibliografía. En el primer capítulo se analiza el concepto de frontera, adelantando un esquema de la disposición de las fortificaciones que componían el sistema castral. En tiempos del emirato y califato de Córdoba, la frontera estaba organizada en tres sectores: La Marca Superior, que se extendía desde el Mediterráneo hasta el Moncayo, con capital en Zaragoza, la Marca Media, que comprendía los territorios comprendidos al sur del Sistema Central, con capital en Toledo, aunque  posteriormente se trasladó a Medinaceli, y la Marca Inferior, que abarcaba desde la Extremadura hasta el Atlántico, con capital en Mérida.
            Para impedir el avance del enemigo del norte y proteger a los pobladores de la frontera, se ideó un sistema de fortalezas, torres y atalayas de carácter militar. La población de estos distritos fronterizos era de carácter rural, aunque estaba muy jerarquizado. Las fuentes documentales musulmanas citaban una veintena de topónimos, aunque no todos ellos están identificados. De la fuentes cristianas resultan interesantes las que se refieren al momento de la reconquista cristiana. La toponimia ha resultado también de gran ayuda para complementar estas relaciones. En la provincia de Soria se han podido identificar 50 topónimos de origen arábigo, localizados en los sectores de Medinaceli y Almazán, mientras que para las provincias de Zaragoza y Guadalajara, sólo se han podido reconocer unos 15 topónimos para cada una de ellas.
            La arqueología ha completado el trabajo de campo, localizando unos 35 enclaves fortificados, con otros 25 puntos en que se han encontrado solamente restos de cerámica medieval. Otros 20 enclaves, en los que no se han encontrado restos de ningún tipo, podían servir de puntos de intervisibilidad. Por su parte, la bibliografía de castillos ha dado una lista de unas 50 fortificaciones, repartidas en las tres provincias. El total de fortificaciones, asentamientos y yacimientos musulmanes asciende a unos 250, que no parecen excesivos, pues se corresponden con 4,2 enclaves por cada 100 kilómetros. Los asentamientos, en su mayor parte, se disponen en los cursos de los ríos, aprovechando algún saliente rocoso o cerro, donde se levanta la fortificación. Algunos de ellos son fundaciones islámicas, en cambio otros ocupan antiguos yacimientos celtibéricos o incluso de la Edad del Bronce.
            El segundo capítulo de este libro marca los límites temporales del estudio y explica en su contexto histórico, la organización territorial de la región situada entre las marcas Media y Superior de la frontera entre el-Andalus y los territorios cristianos.
            El distrito de Calatayud limitaba con los de Zaragoza, Tudela, Medinaceli y con Barusa. Comprendía el valle del Jalón Medio, entre Alhama de Aragón y Morata de Jalón, además de los valles de sus afluentes Henar, Manubles, Ribota, Piedra, Mesa, Jiloca y Perejiles. Las fortalezas más importantes de este distrito eran Daroca, Somed, Peñalcázar, Deza, Ateca, Aranda de Moncayo y Maluenda. En el distrito de Tudela, sector Ágreda, destacaban las fortalezas de Tudela, Alfaro, Calahorra, Tarazona, Ágreda, Borja, Nájera, Viguera y Arnedo.
            Los Banu Mada, importante familia beréber, controlaba un territorio comprendido entre Peñalcázar, Deza y Ateca
El tercer capítulo está dedicado a describir las características generales del sistema defensivo diseñado por los musulmanes, detallando las fortificaciones y sus comunicaciones, tanto ópticas como terrestres. A todo esto se añade una descripción geológica, hidrológica, ortográfica, climática y geográfica.
            Los dos centros de poder que controlaban esta región fronteriza, eran las medinas de Medinaceli y Calatayud. La retaguardia del sistema defensivo se alineaba con el río Jalón, con Ariza en medio de las dos medinas. La línea de vanguardia venía definida por el río Duero, desde Gormaz hasta Almazán, prolongándose hasta Atienza. Esta marca fronteriza, entre los ríos Duero y Jalón, abarcaba una franja de terreno entre los 40 y 60 kilómetros de profundidad. En el extremo septentrional de la región estudiada, se encontraba la fortaleza de Ágreda. Estos ocho enclaves, Gormaz, Almazán, Peñalcázar, Ágreda, Atienza, Medinaceli, Ariza y Calatayud, distribuidos regularmente a lo largo y ancho de la región estudiada, remarcan claramente dos líneas de defensa. Cada uno de ellos se completaba con torres y atalayas, que aseguraban una rápida y segura comunicación entre las diversas fortificaciones.

 

            En el cuarto capítulo se incluye una descripción breve de cada fortificación o enclave, a modo de catálogo o inventario, que conformaba el grupo defensivo, especificando el tipo, su localización, los restos arquitectónicos y arqueológicos conservados y sus contactos visuales, así como algunos comentarios referidos a su construcción, funcionalidad y contexto histórico, con una fotografía ilustrativa de cada una de ellas.
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