La figura del escultor bilbilitano José Quílez es muy desconocida. En 1682 se documentaba en Bañón, en una comanda junto a otros escultores, y en 1689 y 1692 en San Martín del Río, junto a su esposa. José Gracián, en sus Notas para la historia de Saviñán, señalaba su participación en los retablos de Santa Ana, de la Virgen del Pilar y del Santo Cristo, de la parroquial de Saviñán. También hacía responsable a la familia Quílez del tabernáculo de la capilla de la Virgen del Rosario, pero sin aportar documentos.
El 5 de noviembre de 1703 y ante el notario Pascual Antonio Cebrián, Pedro Lorente, infanzón domiciliado en Zaragoza, y José Quílez, maestro escultor y vecino de Calatayud, acordaban una serie de pactos:
José Quílez debía trabajar un retablo para la capilla que poseía Lorente en la parroquial de Cervera, bajo la invocación de San Miguel. El retablo debía tener dos sotabancos, con el ancho correspondiente, adornado con el dibujo que mostraba la traza. Sobre la mesa del altar debía asentarse su pedestal, adornado con el dibujo que mostraba la traza, con cuatro pinturas que habían de colocarse en él, a costa de Pedro Lorente.
Sobre el pedestal debían asentarse cuatro columnas salomónicas, adornadas de talla, con sus entre columnas adornadas con sus marcos y dos estatuas de escultura, una de San Pedro y otra de San Pablo, con sus repisas, donde se sentarían las tallas y encima sus tarjetas. En medio del cuerpo principal, había de haber un nicho, con un marco recodillado de talla, con la estatua de San Miguel de escultura.
Sobre el cuerpo principal debía sentarse su cornisa, adornada con medallones de talla de buen relieve. Encima de la caja principal, iría un tarjetón de talla de buen relieve y todo lo demás con el orden de la traza. Sobre la cornisa se dispondría su banquillo adornado de talla y molduras, con el orden que mostraba el dibujo de la traza.
Encima del banquillo se dispondría en medio un nicho, con su marco recodillado y la talla de San Francisco de Asís. Se adornaría el resto de pulseras, columnas y tarjetas de remate, con las armas de Pedro Lorente.
Para el centro de la cúpula de la capilla, se haría un florón de talla con relieve.
Quílez debía dar concluida la obra el 14 de septiembre de 1704. Lorente pagaría 2000 sueldos, en tres plazos. 666 sueldos y 8 dineros al presente, otra misma cantidad a la mitad de sus trabajos y el resto al concluir la obra. Para ello los dos se obligaban con sus personas y bienes.
El 8 de enero de 1706 y ante el notario Juan Antonio de Rada, José Quílez y Rosa Bigristin, vecinos de Calatayud, imponían a favor de Isabel García, viuda de Francisco Pérez, 50 sueldos censales, a pagar cada 8 de enero, por 1000 sueldos de propiedad, obligando una casa en la Plaza de la Comunidad, parroquia de San Torcuato, que confrontaba con casa de herederos de Alonso de la Cerda, casas de la capellanía que poseía Juan de Heredia, Plaza de la Comunidad y calle de las Recogidas.
El 10 de septiembre de 1711 y ante el notario Juan Antonio de Rada, el escultor José Quílez y el maestro de cantería Manuel Ayarza, otorgaban tener una comanda de 2000 sueldos de mosén Miguel Gómez y de mosén Juan de Moros, presbíteros y habitantes de Ateca, limosneros de la fábrica de la capilla y altar de Nuestra Señora de la Peana, que se construía entonces en la iglesia parroquial.
El 10 de agosto de 1719 y ante el notario Antonio Sanz de Larrea, José Quílez, escultor, José Morata, carpintero, y Antonio Chamarra, rodeznero, otorgaban tener una comanda de 2000 sueldos de la Cofradía de San José, fundada en la colegiata de Santa María. El mismo día, Esteban Sánchez, carpintero, Francisco Paesa, carretero, y José Marco, zucrero, otorgaban tener una comanda de 4000 sueldos de la misma cofradía.
El 2 de marzo de 1723 y ante Juan Antonio de Rada, José y Francisco Quílez, padre e hijo y escultores, reconocían tener una comanda de 2340 sueldos de Fr. Francisco Tiburcio Carreras, prior de la iglesia de Villalengua.
El 21 de octubre de 1738 y ante el notario Manuel de Rada, el escultor Francisco Quílez nombraba procurador, para que reconociera tener una comanda de 235 libras, de los conservadores de la última concordia de la ciudad de Calatayud con sus acreedores censalistas, y para que confesara haberlas recibido en su nombre.
El 11 de febrero de 1740 y ante el notario José de Rada, Francisco Quílez casado con María Aznar, Valero Ramón casado con María Quílez, Antonio Zabalo casado con Josefa Quílez y Pedro Quílez casado con Ana María Miedes, vecinos de Calatayud, señalaban que sus padres José Quílez y Rosa Bigristin, habían fallecido sin haber hecho disposición de sus bienes, por lo que se consideraban herederos a partes iguales, junto a Rosa Quílez, casada con Francisco Arrué, y Teresa Quílez, casada con Domingo Arrué.
Los arriba nombrados renunciaban a favor de Rosa, Teresa y sus maridos, a los bienes muebles que habían quedado a la muerte de sus padres, con obligación de entregar 24 libras a Pedro y a su mujer, que declaraban haber recibido.
Para el matrimonio entre María Quílez y Valero Ramón, sus padres les habían asignado una casa en la Plaza de la Compañía de Jesús, que confrontaba con el colegio de la misma Compañía y casa del racionero José Martínez, con obligación de pagar 100 libras al convento de San Pedro Mártir, con 100 sueldos de renta anual. El resto de los hermanos renunciaban como herederos, obligando a Francisco y a Domingo Arrué, con sus respectivas esposas, a pagar al convento de San Pedro Mártir 50 libras, que era la mitad del censal, con las pensiones que devengaran desde entonces, con la facultad de redimirlas.
Publicado enNoticias|Comentarios desactivados en Algunos datos sobre el escultor José Quílez
La reina regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, con sus hijas, Isabel y María Luisa Fernanda, llevaron a cabo un viaje a Barcelona en junio de 1840, para que la infanta Isabel tomara baños de mar, para curarse de males herpéticos. En realidad, la reina quería entrevistarse con el general Espartero, duque de la Victoria, de quien deseaba su apoyo. La comitiva real llegó a la ciudad condal el 30 de junio.
En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud celebrada el 6 de junio de 1840, el gobernador político y militar de la ciudad señaló que, siendo probable que, a la ida o a la vuelta de su viaje a Barcelona, la comitiva real pasara por Calatayud, la corporación debía reparar la carretera que cruzaba por sus términos.
Al día siguiente el maestro de obras informó que, para reparar con la mayor brevedad la carretera, desde el convento de capuchinas hasta la Puerta de Terrer, era necesario un gran número de peones y muchas caballerías, que causarían elevados gastos, por ser obra de bastante trabajo. Por ello el ayuntamiento acordó llevar a cabo un reparto de hombres y caballerías entre los pueblos del Partido, como ya se había hecho cuando se fortificaba la ciudad, avisando además a cincuenta vecinos que tuvieran caballerías.
El 9 de junio, el gobernador informaba que había recibido oficialmente el itinerario real, con la lista de la real servidumbre, fechado el pasado día 5. El ayuntamiento acordó formar una junta, para que le auxiliara en sus trabajos.
Según este itinerario, en la primera jornada la comitiva real comería y dormiría en Alcalá de Henares. En la segunda, la comida se serviría en Guadalajara y se pasaría la noche en Torija. En la tercera, se comería y dormiría en Algora. En la cuarta se comería en Esteras, durmiendo en Medinaceli. En la quinta jornada, la comitiva comería en el parador de Huerta, llegando a Ariza para pasar la noche. En la sexta la comida se serviría en Ateca, pernoctando en Calatayud. En la siguiente se comería en El Frasno y se descansaría en La Almunia. Y en la octava la comida tendría lugar en La Muela, durmiendo en Zaragoza.
A lo largo del itinerario, un encargado iría reuniendo, donde conviniera, los suministros necesarios para las raciones de la Brigada de la Guardia Real y de la tropa de escolta. Acompañaban a la reina regente los ministros de Estado, de la Guerra y de Marina. Además del mayordomo mayor y del capitán de la Guardia de la reina, en la comitiva tomaban parte tres médicos, un boticario mayor, un capellán de honor, un sangrador, dos maestras de labores, un inspector de boca y víveres, un peluquero, un herrador, una lavandera de la ropa de la reina y un panadero con tres mozos, entre una larga lista de acompañantes, que pasaban sobradamente del centenar.
El 9 de junio, el ayuntamiento acordó elegir para alojamiento real el palacio del barón de Warsage. Como la torre de la parroquia de San Pedro, podía amenazar la seguridad de la reina e infantas, debido a su inclinación, se mandó llamar al maestro de obras, a quien se le dio orden de rebajar la torre, hasta el punto que considerara necesario. Se nombró a una comisión para que, con la junta auxiliar, proporcionara las alhajas y las ropas necesarias. Otra comisión reuniría los ajuares de cocina.
Al día siguiente la corporación señaló que, como no disponían de colgaduras para adornar la habitación de la reina, acordó hacerlo con muselina y lo restante con trafalgar. También faltaban adornos para tocadores, mesas de gabinete, varias clases de cristalería y cuatro juegos de vajilla fina. Para ello se comisionó a dos comerciantes de la ciudad, para que se desplazaran a Zaragoza y Tudela para comprar lo necesario.
En la sesión celebrada el 11 de junio, el gobernador informó de la salida de la comitiva real de la Corte, que tenía previsto pernoctar en Calatayud el día 16. La corporación acordó informar a los pueblos del Partido. La comisión nombrada al efecto señaló que en la ciudad no podrían encontrase bocados de buen gusto, por lo que la corporación acordó invitar a los pueblos, para que en la mañana del día 16, pusieran a disposición de esta comisión los mejores ejemplares de caza y pesca.
El 13 de junio se acordó arbolar por ambos lados el tránsito de la carretera, desde la Puerta de Terrer hasta el convento de capuchinas, colocando arcos a distancias proporcionadas, comisionando a todos los gremios. También se acordó avisar a los priores de Santa María y el Sepulcro, y a los presidentes de los capítulos parroquiales, para que adornaran las fachadas de sus iglesias con colgaduras. Los dependientes del Tribunal debían adornar el frontis de la cárcel, quedando el de la casa consistorial para el comercio.
El día 15 las comisiones señalaron que tenían todo preparado para el recibimiento real. Por ello se acordó que una comisión municipal, con otros individuos de la junta auxiliar, quedasen en el palacio del barón de Warsage, para proporcionar a la reina cuanto necesitara para su servicio, con los sirvientes que creyeran oportuno. También se acordó que una comisión pasara a Ateca, para presentar al mayordomo mayor los respetos del ayuntamiento y se publicara un bando, invitando a los vecinos a colocar colgaduras en los balcones al día siguiente, con iluminación nocturna.
Tras la llegada y pernocta de la comitiva real el día 16, en la sesión celebrada el día 20 de junio, la corporación acordó vender al día siguiente, en pública subasta, todos los efectos que había adquirido para el alojamiento y servicio de la reina e infantas, en el palacio del barón de Warsage.
Por un oficio fechado en El Frasno el día 17, el gobernador pedía al ayuntamiento que facultativos médicos investigaran, si en la casa donde se había alojado la reina, habían fallecido dos enfermos hécticos y vivían entonces otros dos. En esta misma sesión del día 20, el ayuntamiento consideró esta noticia como invención de mala voluntad, por lo que se acordó convocar a todas las personas que habían intervenido en el arreglo del palacio, para elevar una exposición a la reina, dirigiéndola a la duquesa de la Victoria y de Morella, con la certificación de los médicos de la ciudad, que pedía el gobernador.
Jerónimo Valdés, comandante general de la Guardia Real, cumpliendo los deseos reales, solicitaba al ayuntamiento la colección de versos, que se habían fijado en las fachadas del palacio del barón de Warsage, casa consistorial y demás edificios. La corporación acordó remitirlos, incluidos los que se habían elegido para la serenata.
En una carta fechada en Ricla el 20 de junio, Miguel Martín señalaba su disgusto, porque sus majestades no se habían dignado en escuchar la serenata. Y añadía que, al salir de vuelta para Ricla, había perdido la ropa que llevaba en una alforja y una bandurria, por lo que solicitaba al ayuntamiento algo más que los gastos de viaje, por estas pérdidas de ropa e instrumento, que se elevaban a unos 17 o 18 duros.
La contestación del ayuntamiento a la petición del gobernador, llevaba fecha del 20 de junio. En ella negaba rotundamente la información que apuntaba el gobernador, mostrando su sorpresa por esta falsedad mal intencionada. Aseguraba que el palacio donde se había hospedado la reina, era propiedad del barón de Warsage. Desde 1829 funcionaba como café, bajo la dirección de José Mata. Su hijo Mariano Mata había sido destinado a la sección de artilleros nacionales de Calatayud. En una expedición contra los enemigos, cruzando el puerto de Used, había contraído una bronconeumonía, que había provocado su muerte. Su padre se resintió también de su salud, falleciendo al poco tiempo, a los 63 años de edad, debido a dolencias, que nada habían tenido que ver con alguna enfermedad contagiosa. El ayuntamiento achacaba su fallecimiento a la fatiga, penalidades y sustos, que había sufrido en un viaje precipitado a Madrid, siendo perseguido por la facción de Cabrera, en el que uno de sus acompañantes había fallecido.
El ayuntamiento señalaba que todas las habitaciones orientadas al mediodía, que habían ocupado sus majestades, estaban destinadas a salas de café. Tanto José Mata como su hijo Mariano, habían pasado sus dolencias en la parte opuesta del palacio, orientada al norte, habiendo fallecido en 1836 y 1837, respectivamente. La familia del barón de Warsage había ocupado con su familia el palacio, hasta su traslado a Zaragoza, sin sufrir tampoco ningún contratiempo importante en su salud. Manuel Mata, hijo de José, y su nieta Fulgencia Mur, no padecían ninguna enfermedad contagiosa, como así lo acreditaban los certificados médicos que se acompañaban.
El ayuntamiento añadía que el café funcionaba cerca ya de once años, siendo el más concurrido de la ciudad. Desde 1829 hasta la fecha, se reunía en él lo mejor de la población, donde se pasaba las tardes y noches de tertulia y juegos honestos. También se habían celebrado festines, bailes y banquetes, siempre muy concurridos, con motivo de algún acontecimiento extraordinario, además de los acostumbrados en carnaval y Pascuas. Las comidas, helados, licores y demás productos que se servían en el establecimiento, eran elaborados exclusivamente por la familia Mata que, antes de entrar en este palacio, había ocupado una casa de Iñigo Martínez, en la Plaza del Mercado, sin que nadie padeciera enfermedad alguna contagiosa.
El ayuntamiento apuntaba que, por respeto a la reina y a su familia, había elegido este palacio por el más conveniente y a propósito para su hospedaje. Para evitar la amenaza a la seguridad real, se había desmochado parte de una torre, demasiado inclinada, situada frente al palacio. Tampoco se había olvidado de la salubridad del local. Los concejales y colaboradores habían limpiado, blanqueado, pintado y adornado las estancias con los mejores muebles de la ciudad.
El ayuntamiento pedía a la reina que tranquilizase su ánimo, jurando por su honor que no existía el menor motivo de desconfianza, respecto a la salubridad del palacio, asegurando que el autor de esta calumnia malintencionada era enemigo de la corona.
Los profesores de Medicina, domiciliados en la ciudad: Vicente Colás, de 68 años, Vicente Labastida, de 37 años, Francisco Gutiérrez Simón, de 37 años, y Francisco Fernández de Soto, de 29 años, reunidos por orden del alcalde de la ciudad, señalaban que habían acudido al local, entonces café público, donde habían investigado el estado de salud de la familia que lo habitaba, constatando que ningún individuo padecía fiebre héctica, ni otra enfermedad semejante, gozando todos ellos de un estado de salud bastante completo. Mariano Mata había fallecido por afección pulmonar y José Mata, padre de Manuel y Benita, también había fallecido por afección pulmonar crónica. Los facultativos, que firmaban esta declaración el 20 de junio, señalaban que los que vivían entonces en el palacio no padecían fiebre héctica.
En la sesión celebrada el 19 de agosto, se vio un oficio del capítulo de San Pedro, en el que informaban que, en la demolición de la torre, habían sufrido mucho los tejados, pidiendo al ayuntamiento su reparación. La corporación acordó que el maestro de obras reconociera los tejados, para su arreglo. Pero el asunto se fue dilatando, pues en la sesión del 27 de diciembre, el capítulo de San Pedro insistía de nuevo en el arreglo de los tejados, debido a las obras precipitadas de desmoche de la torre, pidiendo además la construcción de un campanario. Para ello el ayuntamiento nombró otra comisión, para que revisara de nuevo los tejados.
En la sesión del 24 de septiembre se informó que, una noticia recibida extra judicialmente, confirmaba el paso por la ciudad, con destino a la corte, del capitán general Espartero, duque de la Victoria y de Morella. Por ello el ayuntamiento acordó que el maestro de postas, José Yus, despachara un apostado con caballo a El Frasno, dejando otro en la venta de Silvestre Gaspar, con objeto de saber con anticipación la llegada del duque. Se acordó que el posadero de la posada del Muro arreglara, con la mayor decencia y lujo posibles, la mejor habitación de su establecimiento, teniendo dispuesto un obsequio ligero y del mejor gusto, debido a lo precipitado del viaje. El alcalde segundo quedó encargado de proporcionar un cesto, con los mejores melocotones que encontrara en Campiel. También se acordó que el ayuntamiento permaneciera en la posada del Muro, con todos los sirvientes y con las dos capillas de música de la ciudad.
Publicado enNoticias|Comentarios desactivados en La visita real a Calatayud en 1840 y los falsos rumores de fiebre héctica
Se trata de una publicación necesaria e imprescindible para conocer con mayor profundidad la figura del bilbilitano fray Domingo de Jesús María Ruzola, más conocido como venerable Ruzola.
Gracias al magnífico trabajo realizado por su autor, Fidel Sebastián Mediavilla, quien ha realizado un minucioso y riguroso estudio de todas las fuentes publicadas hasta la fecha y otras inéditas, descubriremos la sorprendente y azarosa trayectoria vital de este ilustre bilbilitano que alcanzó gran fama, sobre todo, fuera de nuestras fronteras.
Publicado enNoticias|Etiquetadobiografías, publicaciones|Comentarios desactivados en Presentación: El venerable Ruzola. Calatayud 1599 – Viena 1630
El año pasado Manuel Saz nos enviaba al correo electrónico del CEB estas copias de imágenes que desde entonces forman parte del Archivo Fotográfico del CEB. Organizando sus fotografías familiares encontró estas instantáneas donde su padre, Manuel Saz Pérez, participaba en una cabalgata de reyes y en cuyo reverso ponía Calatayud. Las fechas aproximadas oscilan entre 1955 y 1963 pues en esa época sus abuelos vivían en Calatayud. Gracias a Carlos de la Fuente, consejero del CEB, hemos podido localizar el local donde fue tomada una de las fotografías y a todas las personas que aparecen en ella.
Gracias a todos por su colaboración y en especial a Manolo Saz por enviarnos estas sorprendentes imágenes donde su padre, un 5 de enero, al atardecer y siguiendo la tradición, se caracterizó de rey Melchor y formó parte de esta cabalgata bilbilitana antes de que los Reyes dejasen durante la noche los regalos en las casas.
Publicado enNoticias|Etiquetadoetnografía|Comentarios desactivados en CABALGATA DE LOS REYES MAGOS
Tomás Bretón falleció el 2 de diciembre de 1923. El Noticiero, en su número del 7 de diciembre, recordaba que la última vez que Bretón había estado en Zaragoza, había sido en mayo de 1919, con motivo de la fiesta en la que se había interpretado su cantata Aragón, una brillante página musical. También reproducía la entrevista que, para aquella ocasión, le había hecho Fernando Castán Palomar. En ella Bretón confesaba: la jota aragonesa me encanta; yo creo que la jota es el canto popular más hermoso; cuando yo hice La Dolores puse toda mi alma en la jota; y la jota fue un éxito enorme. Bretón recordaba el estreno de su ópera La Dolores en el Teatro de la Zarzuela, pues consideraba que si hubiera estrenado en el Teatro Real, no la hubieran cantado más de cinco noches….
Bretón reconocía que La Verbena de la Paloma y La Dolores, habían sido las obras que más dinero le habían proporcionado. De su rendimiento he vivido hasta hace muy poco tiempo. Bretón reconocía que para zarzuelas ya no le buscaban. Aquellos tiempos de La verbena de la Paloma estaban ya demasiado lejos y el maestro se resignada a no hacer nada.
La ópera La Dolores sería estrenada en el madrileño Teatro de la Zarzuela el 16 de marzo de 1895. El Diario de Zaragoza publicó el 17 de marzo una crónica de su corresponsal en Madrid. Señalaba que el aspecto del teatro de la Zarzuela era brillantísimo y las llamadas a escena habían sido innumerables. Las entradas se habían vendido a precios exorbitantes. Se habían distinguido Simonelli, Alcántara y el barítono Sigler. Bretón había dirigido la obra, saliendo a escena en infinidad de ocasiones. Varios periódicos zaragozanos se hicieron eco del éxito del estreno. César y Santiago Lapuente habían enviado un telegrama a Bretón con sus felicitaciones. El autor de La Dolores había contestado con otro, que preguntaba: ¿Cuándo la pondremos en Zaragoza?.
El 21 de marzo, el Diario Mercantil de Zaragoza recogía que Bretón había estado con anterioridad en Zaragoza, para recoger impresiones. Santiago Lapuente lo había animado a comenzar esta empresa. Junto a Sola, había ofrecido a Bretón varias audiciones, cantando varios estilos, que el músico había escuchado extasiado. Bretón había confiado a Lapuente en carta, que le había hecho bien la estancia en su compañía en Fuentes de Ebro, recogiendo también el ambiente de Calatayud. El Diario de Zaragoza informaba el 23 de marzo, que se había suspendido la fiesta anunciada para el próximo domingo, en obsequio a Bretón y Lapuente, para celebrarla cuando el músico se trasladara a Zaragoza, con motivo del estreno de La Dolores.
En la sesión celebrada el 27 de marzo por el Ayuntamiento de Calatayud, se había leído una carta que Bretón había enviado al alcalde de la ciudad, en la que le daba las gracias y prometía que cuando tuviera ocasión, demostraría el afecto y cariño que profesaba a esa ciudad.
El Diario Mercantil de Zaragoza publicaba el 3 de abril de 1895, que La Dolores se iba a estrenar en esta ciudad para Pascua de Resurrección. Sería la primera ciudad que iba a saborear esta obra, que había alcanzado en Madrid una entusiasta ovación del público. Anunciaba que los ensayos iban a comenzar en breve y que Ricardo Ruiz, empresario de la compañía que actuaba en el Teatro Principal, buscaba una tiple para La Dolores. Informaba que el pintor y escenógrafo iba a salir aquel mismo día para Madrid, deteniéndose a la vuelta en Calatayud, para tomar datos y fotografías de la Plaza del Mercado de esta ciudad.
El Diario de Avisos publicaba el 4 de abril, que Bretón iba a venir a Zaragoza para presenciar el estreno de su obra. Al día siguiente, el mismo diario informaba que Bretón iba a dirigir su obra la noche del estreno. La empresa del Principal había contratado a la tiple señora González y al tenor Baltrami. Señalaba que el éxito de La Dolores se había celebrado hacía unos días, con un banquete en los jardines del Retiro madrileño. La idea había partido de El Anfiteatro, que era una sociedad de autores y músicos españoles, a la que se habían adherido todos o casi todos los maestros y literatos. Les había acompañado también Feliu y Codina. El banquete, brillante y animado, había sido una segunda fiesta de la jota, en la que habían participado los cantantes Sigler y Alcántara. Feliu y Codina había iniciado los brindis por la ópera española. Sigler había leído varias adhesiones de Calatayud y Zaragoza, una de ellas en quintillas. Santiago Lapuente había recitado unas coplas de Lucas Martínez, pues no había podido entonarlas, al no tener a mano el instrumento. Los de Calatayud habían enviado dos cajas de bizcochos y una carta escrita en baturro, que había leído Justo Blasco. La firmaban, entre otros, Sixto Celorrio y Francisco Lafuente. La Banda del Regimiento de Zaragoza había interpretado fragmentos de La verbena de la Paloma y de La Dolores.
El 9 de abril, el Diario de Zaragoza informaba que en el banquete a Bretón, al descorcharse el champán, se habían leído varias poesías y una carta del Casino de Calatayud, que había sido muy celebrada.
Bretón llegó en el tren correo a Zaragoza el 21 de abril, para asistir a los ensayos de su ópera. Los diarios informaban que ya no quedaban entradas para las tres primeras representaciones de La Dolores. A los ensayos acudieron gran cantidad de curiosos y aficionados, que pagaron dos pesetas, que fueron destinadas a la Casa Amparo. La guardia municipal se haría cargo de esta recaudación.
El 28 de abril, el Diario de Zaragoza informaba del fallecimiento en Calatayud de Benedicta García, madre del director de La Justicia, Darío Pérez. En este mismo número anunciaba el estreno aquella misma noche de La Dolores, con argumento de Feliu y Codina. El periódico adelantaba el acto primero. Los actos segundo y tercero eran casi idénticos a los de la comedia de Feliu, y por esta razón no los publicaba. Informaba que la noche pasada había tenido lugar el ensayo general. Los asistentes no habían pagado entrada, estando el teatro muy concurrido.
El 29 de abril, el Diario Mercantil de Zaragoza publicaba que Bretón había tenido la pasada noche una ovación continuada. Al final de todos los actos, había sido llamado y aclamado con entusiasmo. El mismo Bretón había declarado: Si con dos colores se pinta un paisaje, si con dos solos instrumentos nos dan tal riqueza de armonía, ¿qué resultará, si a esto se añade una orquesta nutrida, cantantes de valía, un coro numeroso y una rondalla completa?.
En este amplio artículo se narraba que Bretón había estado en Zaragoza y Calatayud, donde había tomado impresiones. Conoció la Plaza del Mercado y el mesón alusivo de la copla. Una noche, varios amigos le invitaron a un banquete. Tras la tertulia, una rondalla rompió el silencio de la noche. Al sentir los aires de la jota, los comensales habían salido al balcón de la fonda. Ante la oscuridad del cielo ya primaveral, pudieron escuchar la jota clásica del país. Bretón estaba embelesado. La Dolores estaba ya creada en la cabeza del músico. Esta noche inolvidable, que había pasado entre amigos en Calatayud, la reflejó Bretón en el acto primero de su ópera, con los decorados, debidos a Alejo Pescador, que representaban la Plaza del Mercado y el mesón de la Gaspara.
Este mismo diario señalaba que si Feliu, de una copla hizo un drama; el maestro, de un cantar, un ópera. Informaba que la entrada general costaba 75 céntimos. Al día siguiente, el Diario de Zaragoza consideraba que La Dolores es el paso de gigante dado en la senda de la ópera española.
Este mismo episodio lo narraba Darío Pérez en sus memorias. Bretón le había escrito, comunicándole que deseaba ir de incógnito a Calatayud, para escuchar una rondalla en la calle. Darío Pérez le prometió guardar el secreto, aunque lo comentó con Sixto Celorrio y con el cantador Dámaso Salcedo, preparando la ronda. Dámaso Salcedo fue concejal del Ayuntamiento de Calatayud y presidente del Círculo Republicano de su ciudad. Con Bretón cenaron tres o cuatro amigos y a medianoche salieron del mesón, para recorrer las calles en busca de la ronda. En la Plaza del Fuerte comenzaron a sonar las guitarras de la ronda, a las que acompañaba Salcedo. La ronda se perdió por las oscuras callejuelas de la ciudad, seguida por un Bretón impresionado y sus amigos.
Demetrio Galán Bergua, en El libro de la jota aragonesa, nos relata otra versión de los hechos. Cuando Bretón estuvo en Calatayud, para ambientar su partitura de La Dolores, fue invitado a una cena en la posada de San Antón, que trasladaría a su obra como el mesón de la Gaspara. Tras la cena, habían desfilado las rondallas y cantadores bilbilitanos, entre estos últimos El Bolero, que causaría enorme sensación en Bretón, a quien invitaría a cantar en Madrid las coplas de su drama lírico. Mucho tuvieron que insistirle, para que El Bolero aceptara aquel reto, cantando en el teatro de la Zarzuela las coplas de La Dolores, a las que siguieron otras clásicas, ante la insistencia y los aplausos de un público entusiasta. Entre ellas, Demetrio Galán recordaba una:
De bizcochos y adoquines
traigo las alforjas llenas,
los hi cargau en mi pueblo
pa las mozas madrileñas.
Ángel Laborda, desde las páginas de La Derecha, escribía el 29 de abril que Bretón había sabido sentir el himno regional, produciendo una obra maestra y grandiosa.
El 1 de mayo, La Alianza Aragonesa informaba que, tras la tercera audición de La Dolores, Bretón se había despedido de Zaragoza. Había sido acompañado a la Fonda de Europa por gran número de admiradores. En la Plaza de la Constitución, la orquesta del teatro había ejecutado dos composiciones, que habían sido muy aplaudidas por el numeroso público que llenaba la plaza. También había sido muy aplaudida la rondalla, que había cantado las coplas alusivas y de reconocimiento a Bretón.
Ese mismo verano, La Dolores se representó ciento doce veces en el Teatro Tívoli de Barcelona. El 31 de agosto, el Diario Mercantil de Zaragoza confirmaba el éxito de esta ópera en la ciudad condal. Heraldo de Aragón informaba el 19 de octubre, que aquella misma noche La Dolores iba a estrenar la temporada del Teatro Principal de Zaragoza. El Diario Mercantil de Zaragoza publicaba el 8 de noviembre, que varios amigos y admiradores de Bretón le habían pedido que dirigiera la centésima representación de La Dolores en Barcelona. El músico, que entonces se encontraba en Valencia, preparando el estreno en el Teatro de la Princesa, había confirmado por telegrama su asistencia.
El 25 de mayo, el Diario de Zaragoza informaba de la celebración de una fiesta aragonesa en Madrid el próximo domingo. Se anunciaba la participación del jotero bilbilitano El Bolero y de la pareja de baile, compuesta por Ángel Fernando y su acompañante de Villamayor, que habían logrado el primer premio del certamen de aquella población, en las últimas fiestas. Otros cantantes lo harían acompañados al piano. También actuaría un doble cuarteto de guitarras y bandurrias, y la Banda del Regimiento de Saboya. La mitad de los beneficios serían destinados a los pobres.
Esta fiesta, que se repitió varios días, fue reseñada por La Época, El Liberal, Heraldo de Madrid, La Iberia y El Día. Las actuaciones de la rondalla aragonesa se alargaron hasta el primer día de junio.
El 28 de mayo, La Alianza Aragonesa informó de la celebración, en el madrileño Teatro del Príncipe Alfonso, de la anunciada fiesta aragonesa. Señalaba que el programa había sido muy aplaudido, especialmente la jota interpretada por la Banda del Regimiento de Infantería de Saboya, y el pasacalles y jota de La Dolores, produciendo gran entusiasmo el cantador de Calatayud Hilario Gallego, El Bolero, y una pareja de baile, acompañados por una rondalla de bandurrias y guitarras.
En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud, celebrada el 8 de noviembre de 1911, se leyó una circular firmada por varias personalidades de Madrid, pidiendo la adhesión del ayuntamiento al homenaje que se proyectaba en honor a Bretón. Como no iba a ser de otra manera, el ayuntamiento acordó asociarse a este homenaje.
Publicado enNoticias|Comentarios desactivados en EL CENTENARIO DE TOMÁS BRETÓN, LA DOLORES Y EL BOLERO