Francisco Tobajas Gallego
La reina regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, con sus hijas, Isabel y María Luisa Fernanda, llevaron a cabo un viaje a Barcelona en junio de 1840, para que la infanta Isabel tomara baños de mar, para curarse de males herpéticos. En realidad, la reina quería entrevistarse con el general Espartero, duque de la Victoria, de quien deseaba su apoyo. La comitiva real llegó a la ciudad condal el 30 de junio.
En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud celebrada el 6 de junio de 1840, el gobernador político y militar de la ciudad señaló que, siendo probable que, a la ida o a la vuelta de su viaje a Barcelona, la comitiva real pasara por Calatayud, la corporación debía reparar la carretera que cruzaba por sus términos.
Al día siguiente el maestro de obras informó que, para reparar con la mayor brevedad la carretera, desde el convento de capuchinas hasta la Puerta de Terrer, era necesario un gran número de peones y muchas caballerías, que causarían elevados gastos, por ser obra de bastante trabajo. Por ello el ayuntamiento acordó llevar a cabo un reparto de hombres y caballerías entre los pueblos del Partido, como ya se había hecho cuando se fortificaba la ciudad, avisando además a cincuenta vecinos que tuvieran caballerías.
El 9 de junio, el gobernador informaba que había recibido oficialmente el itinerario real, con la lista de la real servidumbre, fechado el pasado día 5. El ayuntamiento acordó formar una junta, para que le auxiliara en sus trabajos.
Según este itinerario, en la primera jornada la comitiva real comería y dormiría en Alcalá de Henares. En la segunda, la comida se serviría en Guadalajara y se pasaría la noche en Torija. En la tercera, se comería y dormiría en Algora. En la cuarta se comería en Esteras, durmiendo en Medinaceli. En la quinta jornada, la comitiva comería en el parador de Huerta, llegando a Ariza para pasar la noche. En la sexta la comida se serviría en Ateca, pernoctando en Calatayud. En la siguiente se comería en El Frasno y se descansaría en La Almunia. Y en la octava la comida tendría lugar en La Muela, durmiendo en Zaragoza.
A lo largo del itinerario, un encargado iría reuniendo, donde conviniera, los suministros necesarios para las raciones de la Brigada de la Guardia Real y de la tropa de escolta. Acompañaban a la reina regente los ministros de Estado, de la Guerra y de Marina. Además del mayordomo mayor y del capitán de la Guardia de la reina, en la comitiva tomaban parte tres médicos, un boticario mayor, un capellán de honor, un sangrador, dos maestras de labores, un inspector de boca y víveres, un peluquero, un herrador, una lavandera de la ropa de la reina y un panadero con tres mozos, entre una larga lista de acompañantes, que pasaban sobradamente del centenar.
El 9 de junio, el ayuntamiento acordó elegir para alojamiento real el palacio del barón de Warsage. Como la torre de la parroquia de San Pedro, podía amenazar la seguridad de la reina e infantas, debido a su inclinación, se mandó llamar al maestro de obras, a quien se le dio orden de rebajar la torre, hasta el punto que considerara necesario. Se nombró a una comisión para que, con la junta auxiliar, proporcionara las alhajas y las ropas necesarias. Otra comisión reuniría los ajuares de cocina.
Al día siguiente la corporación señaló que, como no disponían de colgaduras para adornar la habitación de la reina, acordó hacerlo con muselina y lo restante con trafalgar. También faltaban adornos para tocadores, mesas de gabinete, varias clases de cristalería y cuatro juegos de vajilla fina. Para ello se comisionó a dos comerciantes de la ciudad, para que se desplazaran a Zaragoza y Tudela para comprar lo necesario.
En la sesión celebrada el 11 de junio, el gobernador informó de la salida de la comitiva real de la Corte, que tenía previsto pernoctar en Calatayud el día 16. La corporación acordó informar a los pueblos del Partido. La comisión nombrada al efecto señaló que en la ciudad no podrían encontrase bocados de buen gusto, por lo que la corporación acordó invitar a los pueblos, para que en la mañana del día 16, pusieran a disposición de esta comisión los mejores ejemplares de caza y pesca.
El 13 de junio se acordó arbolar por ambos lados el tránsito de la carretera, desde la Puerta de Terrer hasta el convento de capuchinas, colocando arcos a distancias proporcionadas, comisionando a todos los gremios. También se acordó avisar a los priores de Santa María y el Sepulcro, y a los presidentes de los capítulos parroquiales, para que adornaran las fachadas de sus iglesias con colgaduras. Los dependientes del Tribunal debían adornar el frontis de la cárcel, quedando el de la casa consistorial para el comercio.
El día 15 las comisiones señalaron que tenían todo preparado para el recibimiento real. Por ello se acordó que una comisión municipal, con otros individuos de la junta auxiliar, quedasen en el palacio del barón de Warsage, para proporcionar a la reina cuanto necesitara para su servicio, con los sirvientes que creyeran oportuno. También se acordó que una comisión pasara a Ateca, para presentar al mayordomo mayor los respetos del ayuntamiento y se publicara un bando, invitando a los vecinos a colocar colgaduras en los balcones al día siguiente, con iluminación nocturna.
Tras la llegada y pernocta de la comitiva real el día 16, en la sesión celebrada el día 20 de junio, la corporación acordó vender al día siguiente, en pública subasta, todos los efectos que había adquirido para el alojamiento y servicio de la reina e infantas, en el palacio del barón de Warsage.
Por un oficio fechado en El Frasno el día 17, el gobernador pedía al ayuntamiento que facultativos médicos investigaran, si en la casa donde se había alojado la reina, habían fallecido dos enfermos hécticos y vivían entonces otros dos. En esta misma sesión del día 20, el ayuntamiento consideró esta noticia como invención de mala voluntad, por lo que se acordó convocar a todas las personas que habían intervenido en el arreglo del palacio, para elevar una exposición a la reina, dirigiéndola a la duquesa de la Victoria y de Morella, con la certificación de los médicos de la ciudad, que pedía el gobernador.
Jerónimo Valdés, comandante general de la Guardia Real, cumpliendo los deseos reales, solicitaba al ayuntamiento la colección de versos, que se habían fijado en las fachadas del palacio del barón de Warsage, casa consistorial y demás edificios. La corporación acordó remitirlos, incluidos los que se habían elegido para la serenata.
En una carta fechada en Ricla el 20 de junio, Miguel Martín señalaba su disgusto, porque sus majestades no se habían dignado en escuchar la serenata. Y añadía que, al salir de vuelta para Ricla, había perdido la ropa que llevaba en una alforja y una bandurria, por lo que solicitaba al ayuntamiento algo más que los gastos de viaje, por estas pérdidas de ropa e instrumento, que se elevaban a unos 17 o 18 duros.
La contestación del ayuntamiento a la petición del gobernador, llevaba fecha del 20 de junio. En ella negaba rotundamente la información que apuntaba el gobernador, mostrando su sorpresa por esta falsedad mal intencionada. Aseguraba que el palacio donde se había hospedado la reina, era propiedad del barón de Warsage. Desde 1829 funcionaba como café, bajo la dirección de José Mata. Su hijo Mariano Mata había sido destinado a la sección de artilleros nacionales de Calatayud. En una expedición contra los enemigos, cruzando el puerto de Used, había contraído una bronconeumonía, que había provocado su muerte. Su padre se resintió también de su salud, falleciendo al poco tiempo, a los 63 años de edad, debido a dolencias, que nada habían tenido que ver con alguna enfermedad contagiosa. El ayuntamiento achacaba su fallecimiento a la fatiga, penalidades y sustos, que había sufrido en un viaje precipitado a Madrid, siendo perseguido por la facción de Cabrera, en el que uno de sus acompañantes había fallecido.
El ayuntamiento señalaba que todas las habitaciones orientadas al mediodía, que habían ocupado sus majestades, estaban destinadas a salas de café. Tanto José Mata como su hijo Mariano, habían pasado sus dolencias en la parte opuesta del palacio, orientada al norte, habiendo fallecido en 1836 y 1837, respectivamente. La familia del barón de Warsage había ocupado con su familia el palacio, hasta su traslado a Zaragoza, sin sufrir tampoco ningún contratiempo importante en su salud. Manuel Mata, hijo de José, y su nieta Fulgencia Mur, no padecían ninguna enfermedad contagiosa, como así lo acreditaban los certificados médicos que se acompañaban.
El ayuntamiento añadía que el café funcionaba cerca ya de once años, siendo el más concurrido de la ciudad. Desde 1829 hasta la fecha, se reunía en él lo mejor de la población, donde se pasaba las tardes y noches de tertulia y juegos honestos. También se habían celebrado festines, bailes y banquetes, siempre muy concurridos, con motivo de algún acontecimiento extraordinario, además de los acostumbrados en carnaval y Pascuas. Las comidas, helados, licores y demás productos que se servían en el establecimiento, eran elaborados exclusivamente por la familia Mata que, antes de entrar en este palacio, había ocupado una casa de Iñigo Martínez, en la Plaza del Mercado, sin que nadie padeciera enfermedad alguna contagiosa.
El ayuntamiento apuntaba que, por respeto a la reina y a su familia, había elegido este palacio por el más conveniente y a propósito para su hospedaje. Para evitar la amenaza a la seguridad real, se había desmochado parte de una torre, demasiado inclinada, situada frente al palacio. Tampoco se había olvidado de la salubridad del local. Los concejales y colaboradores habían limpiado, blanqueado, pintado y adornado las estancias con los mejores muebles de la ciudad.
El ayuntamiento pedía a la reina que tranquilizase su ánimo, jurando por su honor que no existía el menor motivo de desconfianza, respecto a la salubridad del palacio, asegurando que el autor de esta calumnia malintencionada era enemigo de la corona.
Los profesores de Medicina, domiciliados en la ciudad: Vicente Colás, de 68 años, Vicente Labastida, de 37 años, Francisco Gutiérrez Simón, de 37 años, y Francisco Fernández de Soto, de 29 años, reunidos por orden del alcalde de la ciudad, señalaban que habían acudido al local, entonces café público, donde habían investigado el estado de salud de la familia que lo habitaba, constatando que ningún individuo padecía fiebre héctica, ni otra enfermedad semejante, gozando todos ellos de un estado de salud bastante completo. Mariano Mata había fallecido por afección pulmonar y José Mata, padre de Manuel y Benita, también había fallecido por afección pulmonar crónica. Los facultativos, que firmaban esta declaración el 20 de junio, señalaban que los que vivían entonces en el palacio no padecían fiebre héctica.
En la sesión celebrada el 19 de agosto, se vio un oficio del capítulo de San Pedro, en el que informaban que, en la demolición de la torre, habían sufrido mucho los tejados, pidiendo al ayuntamiento su reparación. La corporación acordó que el maestro de obras reconociera los tejados, para su arreglo. Pero el asunto se fue dilatando, pues en la sesión del 27 de diciembre, el capítulo de San Pedro insistía de nuevo en el arreglo de los tejados, debido a las obras precipitadas de desmoche de la torre, pidiendo además la construcción de un campanario. Para ello el ayuntamiento nombró otra comisión, para que revisara de nuevo los tejados.
En la sesión del 24 de septiembre se informó que, una noticia recibida extra judicialmente, confirmaba el paso por la ciudad, con destino a la corte, del capitán general Espartero, duque de la Victoria y de Morella. Por ello el ayuntamiento acordó que el maestro de postas, José Yus, despachara un apostado con caballo a El Frasno, dejando otro en la venta de Silvestre Gaspar, con objeto de saber con anticipación la llegada del duque. Se acordó que el posadero de la posada del Muro arreglara, con la mayor decencia y lujo posibles, la mejor habitación de su establecimiento, teniendo dispuesto un obsequio ligero y del mejor gusto, debido a lo precipitado del viaje. El alcalde segundo quedó encargado de proporcionar un cesto, con los mejores melocotones que encontrara en Campiel. También se acordó que el ayuntamiento permaneciera en la posada del Muro, con todos los sirvientes y con las dos capillas de música de la ciudad.