La familia infanzona de los Gil de la Corona

Francisco Tobajas Gallego

            Los Gil de la Corona comenzaron su relación con Saviñán a finales del siglo XVIII, con el matrimonio en 1792 entre Antonio Gil de la Corona y Sanz de Pliegos y Josefa Yepes del Campillo. Esta familia infanzona de los Gil de la Corona, todavía posee su casa solariega en Urrea de Jalón, con su escudo nobiliario, donde se representan dos peces, que declaran su origen cántabro, de donde parece ser originario este apellido. Vecina a ella se levanta la casa solariega de la familia Trasobares. Anteriormente, los Gil de la Corona habían sido vecinos de la villa de Ejea de los Caballeros.

            Como caballero hijosdalgo residente en Ejea, Juan Antonio Gil de la Corona participó en las Cortes del Reino de Aragón de 1702-1704. Para ser insaculados como diputados y para su habilitación, los hijosdalgo presentaban sus ejecutorias de infanzonía: firma en propiedad, firma posesoria, firma titular, firma sobrecarta y reales privilegios de caballeratos. Eso demostraba que entre los hidalgos existían diversos grados de infanzonía.        En estas Cortes de 1702-1704 también participó el hijosdalgo José Martínez, de Saviñán.

            En el padrón de infanzones e hijosdalgo del corregimiento de las Cinco Villas, llevado a cabo el 28 de diciembre de 1787, no aparecía ningún Gil de la Corona en Ejea.

            El 26 de agosto de 1721, el rey resolvió que la Audiencia escuchara a Antonio Gil de la Corona, sobre la restitución de unos bienes que le pertenecían y estaban secuestrados en la villa de Ejea.

            En 1750, Agustín y Andrés Gil de la Corona señalaban que en Ejea residían infanzones, que estaban insaculados en las bolsas de los oficios de la villa, como eran: justicias, jurado mayor y segundo, y síndico de Cortes, donde no se admitían a los demás vecinos que no fueran infanzones. Desde tiempo inmemorial, hasta doce años a esta parte, había habido una familia llamada Gil, cuyos descendientes por línea masculina, habían sido reputados por infanzones e hijosdalgo de sangre y solar conocido. Para distinguirse y diferenciarse de las otras familias del mismo apellido, habían tomado el renombre de Gil de la Corona, por haber tenido radicado su domicilio en el barrio y calle de la Corona de esta villa, cuyos descendientes varones habían sido reputados por infanzones, insaculándose en las bolsas de los expresados oficios, gozando de todos los honores y prerrogativas de los infanzones, sin contradicción alguna.

            Hacía como ciento cincuenta años, que la familia había tenido un varón llamado Juan Gil de la Corona, que había casado en Ejea con Sabina del Bosque Díez Cruzat. Su hijo Juan Casimiro había contraído matrimonio en Ejea con Antonia Garria, y en segundas nupcias con Francisca Piñón, también en Ejea. De su primer matrimonio, Juan Casimiro había sido padre de Juan Antonio y del segundo de Agustín.

Escudo de los Gil de la Corona

            Juan Antonio había contraído matrimonio en Ejea con María Navarro, siendo padres de Andrés. Hacía unos cuarenta y dos años, que Juan Antonio había mudado su domicilio a Urrea de Jalón, donde era tenido por infanzón, sin pagar pechas ni cargas concejiles. Agustín había casado con Teresa Larcada, siendo padres de Pedro. En 1743-1745, Agustín aparece como notario domiciliado en Zaragoza. En 1779, Pedro era vecino de Zaragoza.

            Andrés Gil de la Corona Navarro había casado en Urrea de Jalón con María Sanz de Pliegos, siendo padres de Antonio y Mariano.

            En 1701, a instancia de Juan Antonio Gil de la Corona, la Corte del Justicia le había concedido unas letras de firma posesoria de infanzonía a su favor y en 1719 solicitó que se le concediese sobrecarta de esta firma, que se despachó en 1745. Por auto de 20 de abril de 1746, se mandó que el ayuntamiento de Urrea empadronara a Andrés Gil en  la lista de infanzones. En 1750 se mandaba despachar Real Provisión, para que se notificara a los ayuntamientos de Ejea, Urrea y Zaragoza, y al conde de Aranda, por si tuvieran que alegar sobre su contenido en diez días.

            El 6 de febrero de 1727, el conde de Aranda nombró a Juan Antonio Gil de la Corona, secretario del ayuntamiento de Urrea de Jalón. El 29 de octubre de 1759, al quedar vacante esta plaza, el conde de Aranda nombraba nuevo secretario del ayuntamiento y del Juzgado a José y a Juan Francisco Baquerizo, respectivamente.

            Ante el notario Juan Francisco Baquerizo, de Urrea de Jalón, Juan Antonio Gil de la Corona, notario real, y María Navarro, vecinos de Urrea de Jalón, otorgaron testamento el 21 de julio de 1753.

            En él señalaban su deseo de ser enterrados en la parroquia de esta villa, gastando por cada uno de ellos 57 libras. El sobrante de todos los gastos funerarios, se aplicarían en misas. Debían celebrarse cien misas en el convento de San Cristóbal de Alpartir y el resto las dejaban a disposición de Fr. Juan Gil de la Corona y Fr. Francisco Gil de la Corona, sus hijos frailes de la orden de San Francisco.

            Debían pagarse todas sus deudas. Nombraban herederos a Fr. Juan, Fr. Francisco, Andrés, María Antonia, Isabelana y Catalina, sus hijos.          De gracia especial dejaban 50 libras a María Antonia en ropa blanca, o en otra especie que a sus herederos pareciera, una vez trascurridos tres años del fallecimiento de los testadores.

            A su nieta María Magdalena, hija de Andrés Gil de la Corona y María Pliegos, le dejaban de gracia especial seis sábanas, tres de lino y tres de cáñamo, para cuando tomara estado. Y para este fin le cedían también, el derecho que les pertenecía del cobro del legado del licenciado Francisco García, por su hijo Fr. Francisco Gil, según constaba en su testamento, otorgado antes de su profesión en el convento de Jesús de Zaragoza, a excepción de 100 reales, que servirían para que este último socorriera sus necesidades. Nombraban herederos del resto de los bienes a sus hijas Isabelana y Catalina. Y ejecutores de su testamento a sus hijos Fr. Juan, Fr. Francisco y Andrés, y a Agustín, hermano del otorgante, domiciliado en Zaragoza.

            En Urrea de Jalón y ante el mismo notario, el 10 de enero de 1758, María Navarro, viuda de Juan Antonio Gil de la Corona, como heredera, según su testamento otorgado el 21 de julio de 1753, nombraba procurador a Eusebio Estepa, su yerno y vecino de Urrea, para que en su nombre pudiera recibir y cobrar dinero de pensiones de censales, treudos y arrendamientos. También le daba poder para pleitos. En virtud de este poder, Eusebio Estepa nombraba en Zaragoza, el 9 de mayo de 1758, a varios procuradores para pleitos de la Real Audiencia de Aragón.

            El 16 de enero de 1770, una Real Provisión del Real Consejo señalaba que un pleito, que en grado de revista se seguía en la Real Audiencia, entre Manuel de Pliegos y Antonio Gil de la Corona, sobre pertenencia de bienes, se viera con los ministros de una sala, no de las dos salas como se había pedido, y con asistencia del regente. Antonio Gil de la Corona, oficial del Cuerpo de voluntarios de Infantería de Aragón y residente en la Corte, Jacinto Compaño, que estaba casado con Mª Antonia Pliegos, vecinos de Zaragoza, y José García Pliegos, labrador y vecino de Urrea de Jalón, seguían un pleito en la Real Audiencia con Manuel Pliegos y otros, sobre la pertenencia de varios bienes, que constaban en el testamento otorgado por Miguel Pliegos, por fallecimiento de su hijo Manuel sin haber tomado estado.

            El 12 de septiembre de 1792 y ante el notario de Morés, Pedro Enguid, Pedro Santos Gil, labrador de Cariñena, procurador de su mujer Manuela López, vendía a Antonio Gil de la Corona, capitán retirado del Regimiento de Voluntarios de Andalucía y vecino de Urrea de Jalón, 72 sueldos de censo, que se debían pagar el día de la fecha de la escritura, por 220 libras de propiedad, que reconocía haber recibido.     

            El 26 de noviembre de 1792 y en Saviñán, Antonio Gil de la Corona y Sanz de Pliegos, capitán agregado al Estado Mayor de Zaragoza, casaba a las seis de la tarde en casas de la novia, con Josefa Yepes del Campillo (1769-1862). Y el 3 de diciembre en el palacio del conde de Aranda de Épila, ante Joaquín Castar, racionero de la iglesia de la villa y en presencia del regente de Saviñán, ratificaron sus consentimientos Antonio Gil y Josefa Yepes, en orden al matrimonio que Ignacio Gil, procurador de Antonio Gil, había acordado con Josefa Yepes. En Urrea nacerían los tres hijos del matrimonio de los que tenemos noticia: Francisco (h1804-1846), Soledad, que casaría en Saviñán y en 1852 con Camilo Sanz Marqueta, de Brea, y Antonio (h1810-1886). La familia pasó a vivir a Saviñán antes de 1846, año que los libros parroquiales de San Pedro, registraban el fallecimiento de Francisco Gil de la Corona Yepes, que se enterró en el cementerio de la Señoría.

            Ignacio Gil de la Corona, procurador de su pariente Antonio, residía en Morés, donde su familia ya estaba asentada a principios del siglo XVIII. Ignacio Gil Cortés casaría con Francisca Melús Gracián, siendo padres en 1737 de Ignacio, que casaría con Francisca Lafuente Serrano. Serán padres de: Ignacio, que casaría en 1800 con Teresa Garcés, Rosalía, que casaría en 1801 con Pascual Chueca Martínez, Feliciana, que casaría en 1811 con Joaquín Lozano, y Joaquina, que casaría en 1813 con Celidonio Elizaga. A esta familia pertenecía el escritor y político Faustino Sancho y Gil (1850-1896).

            Antonio Gil de la Corona Yepes (h1810-1886) casó en Saviñán en 1858 con Manuela Trasobares Gil de la Corona (h1829-1883). El matrimonio tuvo al menos tres hijos: Antonio (1859-1859), Isidro (1860-1862) y Francisco (1863-1912). El 6 de marzo de 1885, a las seis de la tarde y en casa de la habitación de la novia, casaban Francisco Gil de la Corona Trasobares con Carmen Gracián Campos (1861-1947). Su hija Manuela Gil de la Corona Gracián casó en 1914 con Nicolás García Fando, de Ricla. El matrimonio tuvo dos hijos: Francisco (1915-1938) que falleció en Cella durante la guerra civil, siendo alférez provisional, y Fernando (1917-1987), que casó en 1944 en Santa Engracia de Zaragoza, con Teresa Renovales Chiloeches.

            Documentos consultados:

Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, AHPZ, Informes probanza de nobleza, P/001786/0016.

AHPZ, Nombramientos de oficios públicos, P/001786/0010.

AHPZ, Reales Órdenes, J/001096/0024, J/000853/0004 y J/000855/0016.

Archivo Municipal de Calatayud, notario Pedro Enguid, Libro 0002461.

Archivo Parroquial de Saviñán, Quinque libri de la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol.

Fantoni y Benedí, R. (1996): «Caballeros hijosdalgo en las Cortes del Reino de 1702-1704 residentes en las provincias de Zaragoza y Teruel», Emblemata, 2, 165-182.

-(1999) «Padrón de infanzones e hijosdalgo del corregimiento de las Cinco Villas, 1737-1787», Hidalguía, 273.

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Algunos datos sobre el escultor José Quílez

Francisco Tobajas Gallego

            La figura del escultor bilbilitano José Quílez es muy desconocida. En 1682 se documentaba en Bañón, en una comanda junto a otros escultores, y en 1689 y 1692 en San Martín del Río, junto a su esposa. José Gracián, en sus Notas para la historia de Saviñán, señalaba su participación en los retablos de Santa Ana, de la Virgen del Pilar y del Santo Cristo, de la parroquial de Saviñán. También hacía responsable a la familia Quílez del tabernáculo de la capilla de la Virgen del Rosario, pero sin aportar documentos.

            El 5 de noviembre de 1703 y ante el notario Pascual Antonio Cebrián, Pedro Lorente, infanzón domiciliado en Zaragoza, y José Quílez, maestro escultor y vecino de Calatayud, acordaban una serie de pactos:

            José Quílez debía trabajar un retablo para la capilla que poseía Lorente en la parroquial de Cervera, bajo la invocación de San Miguel. El retablo debía tener dos sotabancos, con el ancho correspondiente, adornado con el dibujo que mostraba la traza. Sobre la mesa del altar debía asentarse su pedestal, adornado con el dibujo que mostraba la traza, con cuatro pinturas que habían de colocarse en él, a costa de Pedro Lorente.

            Sobre el pedestal debían asentarse cuatro columnas salomónicas, adornadas de talla, con sus entre columnas adornadas con sus marcos y dos estatuas de escultura, una de San Pedro y otra de San Pablo, con sus repisas, donde se sentarían las tallas y encima sus tarjetas. En medio del cuerpo principal, había de haber un nicho, con un marco recodillado de talla, con la estatua de San Miguel de escultura.

            Sobre el cuerpo principal debía sentarse su cornisa, adornada con medallones de talla de buen relieve. Encima de la caja principal, iría un tarjetón de talla de buen relieve y todo lo demás con el orden de la traza. Sobre la cornisa se dispondría su banquillo adornado de talla y molduras, con el orden que mostraba el dibujo de la traza.

            Encima del banquillo se dispondría en medio un nicho, con su marco recodillado y la talla de San Francisco de Asís. Se adornaría el resto de pulseras, columnas y tarjetas de remate, con las armas de Pedro Lorente.

            Para el centro de la cúpula de la capilla, se haría un florón de talla con relieve.

            Quílez debía dar concluida la obra el 14 de septiembre de 1704. Lorente pagaría 2000 sueldos, en tres plazos. 666 sueldos y 8 dineros al presente, otra misma cantidad a la mitad de sus trabajos y el resto al concluir la obra. Para ello los dos se obligaban con sus personas y bienes.

            El 8 de enero de 1706 y ante el notario Juan Antonio de Rada, José Quílez y Rosa Bigristin, vecinos de Calatayud, imponían a  favor de Isabel García, viuda de Francisco Pérez, 50 sueldos censales, a pagar cada 8 de enero, por 1000 sueldos de propiedad, obligando una casa en la Plaza de la Comunidad, parroquia de San Torcuato, que confrontaba con casa de herederos de Alonso de la Cerda, casas de la capellanía que poseía Juan de Heredia, Plaza de la Comunidad y calle de las Recogidas.

            El 10 de septiembre de 1711 y ante el notario Juan Antonio de Rada, el escultor José Quílez y el maestro de cantería Manuel Ayarza, otorgaban tener una comanda de 2000 sueldos de mosén Miguel Gómez y de mosén Juan de Moros, presbíteros y habitantes de Ateca, limosneros de la fábrica de la capilla y altar de Nuestra Señora de la Peana, que se construía entonces en la iglesia parroquial.

            El 10 de agosto de 1719 y ante el notario Antonio Sanz de Larrea, José Quílez, escultor, José Morata, carpintero, y Antonio Chamarra, rodeznero, otorgaban tener una comanda de 2000 sueldos de la Cofradía de San José, fundada en la colegiata de Santa María. El mismo día, Esteban Sánchez, carpintero, Francisco Paesa, carretero, y José Marco, zucrero, otorgaban tener una comanda de 4000 sueldos de la misma cofradía.

            El 2 de marzo de 1723 y ante Juan Antonio de Rada, José y Francisco Quílez, padre e hijo y escultores, reconocían tener una comanda de 2340 sueldos de Fr. Francisco Tiburcio Carreras, prior de la iglesia de Villalengua.

            El 21 de octubre de 1738 y ante el notario Manuel de Rada, el escultor Francisco Quílez nombraba procurador, para que reconociera tener una comanda de 235 libras, de los conservadores de la última concordia de la ciudad de Calatayud con sus acreedores censalistas, y para que confesara haberlas recibido en su nombre.

            El 11 de febrero de 1740 y ante el notario José de Rada, Francisco Quílez casado con María Aznar, Valero Ramón casado con María Quílez, Antonio Zabalo casado con Josefa Quílez y Pedro Quílez casado con Ana María Miedes, vecinos de Calatayud, señalaban que sus padres José Quílez y Rosa Bigristin, habían fallecido sin haber hecho disposición de sus bienes, por lo que se consideraban herederos a partes iguales, junto a Rosa Quílez, casada con Francisco Arrué, y Teresa Quílez, casada con Domingo Arrué.

            Los arriba nombrados renunciaban a favor de Rosa, Teresa y sus maridos, a los bienes muebles que habían quedado a la muerte de sus padres, con obligación de entregar 24 libras a Pedro y a su mujer, que declaraban haber recibido.

            Para el matrimonio entre María Quílez y Valero Ramón, sus padres les habían asignado una casa en la Plaza de la Compañía de Jesús, que confrontaba con el colegio de la misma Compañía y casa del racionero José Martínez, con obligación de pagar 100 libras al convento de San Pedro Mártir, con 100 sueldos de renta anual. El resto de los hermanos renunciaban como herederos, obligando a Francisco y a Domingo Arrué, con sus respectivas esposas, a pagar al convento de San Pedro Mártir 50 libras, que era la mitad del censal, con las pensiones que devengaran desde entonces, con la facultad de redimirlas.

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La visita real a Calatayud  en 1840 y los falsos rumores de fiebre héctica

Francisco Tobajas Gallego

            La reina regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, con sus hijas, Isabel y María Luisa Fernanda, llevaron a cabo un viaje a Barcelona en junio de 1840, para que la infanta Isabel tomara baños de mar, para curarse de males herpéticos. En realidad, la reina quería entrevistarse con el general Espartero, duque de la Victoria, de quien deseaba su apoyo. La comitiva real llegó a la ciudad condal el 30 de junio.

            En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud celebrada el 6 de junio de 1840, el gobernador político y militar de la ciudad señaló que, siendo probable que, a la ida o a la vuelta de su viaje a Barcelona, la comitiva real pasara por Calatayud, la corporación debía reparar la carretera que cruzaba por sus términos.

            Al día siguiente el maestro de obras informó que, para reparar con la mayor brevedad la carretera, desde el convento de capuchinas hasta la Puerta de Terrer, era necesario un gran número de peones y muchas caballerías, que causarían elevados gastos, por ser obra de bastante trabajo. Por ello el ayuntamiento acordó llevar a cabo un reparto de hombres y caballerías entre los pueblos del Partido, como ya se había hecho cuando se fortificaba la ciudad, avisando además a cincuenta vecinos que tuvieran caballerías.

            El 9 de junio, el gobernador informaba que había recibido oficialmente el itinerario real, con la lista de la real servidumbre, fechado el pasado día 5. El ayuntamiento acordó formar una junta, para que le auxiliara en sus trabajos.

            Según este itinerario, en la primera jornada la comitiva real comería y dormiría en Alcalá de Henares. En la segunda, la comida se serviría en Guadalajara y se pasaría la noche en Torija. En la tercera, se comería y dormiría en Algora. En la cuarta se comería en Esteras, durmiendo en Medinaceli. En la quinta jornada, la comitiva comería en el parador de Huerta, llegando a Ariza para pasar la noche. En la sexta la comida se serviría en Ateca, pernoctando en Calatayud. En la siguiente se comería en El Frasno y se descansaría en La Almunia. Y en la octava la comida tendría lugar en La Muela, durmiendo en Zaragoza.

            A lo largo del itinerario, un encargado iría reuniendo, donde conviniera, los suministros necesarios para las raciones de la Brigada de la Guardia Real y de la tropa de escolta. Acompañaban a la reina regente los ministros de Estado, de la Guerra y de Marina. Además del mayordomo mayor y del capitán de la Guardia de la reina, en la comitiva tomaban parte tres médicos, un boticario mayor, un capellán de honor, un sangrador, dos maestras de labores, un inspector de boca y víveres, un peluquero, un herrador, una lavandera de la ropa de la reina y un panadero con tres mozos, entre una larga lista de acompañantes, que pasaban sobradamente del centenar.

            El 9 de junio, el ayuntamiento acordó elegir para alojamiento real el palacio del barón de Warsage. Como la torre de la parroquia de San Pedro, podía amenazar la seguridad de la reina e infantas, debido a su inclinación, se mandó llamar al maestro de obras, a quien se le dio orden de rebajar la torre, hasta el punto que considerara necesario. Se nombró a una comisión para que, con la junta auxiliar, proporcionara las alhajas y las ropas necesarias. Otra comisión reuniría los ajuares de cocina.

            Al día siguiente la corporación señaló que, como no disponían de colgaduras para adornar la habitación de la reina, acordó hacerlo con muselina y lo restante con trafalgar. También faltaban adornos para tocadores, mesas de gabinete, varias clases de cristalería y cuatro juegos de vajilla fina. Para ello se comisionó a dos comerciantes de la ciudad, para que se desplazaran a Zaragoza y Tudela para comprar lo necesario.

            En la sesión celebrada el 11 de junio, el gobernador informó de la salida de la comitiva real de la Corte, que tenía previsto pernoctar en Calatayud el día 16. La corporación acordó informar a los pueblos del Partido. La comisión nombrada al efecto señaló que en la ciudad no podrían encontrase bocados de buen gusto, por lo que la corporación acordó invitar a los pueblos, para que en la mañana del día 16, pusieran a disposición de esta comisión los mejores ejemplares de caza y pesca.

            El 13 de junio se acordó arbolar por ambos lados el tránsito de la carretera, desde la Puerta de Terrer hasta el convento de capuchinas, colocando arcos a distancias proporcionadas, comisionando a todos los gremios. También se acordó avisar a los priores de Santa María y el Sepulcro, y a los presidentes de los capítulos parroquiales, para que adornaran las fachadas de sus iglesias con colgaduras. Los dependientes del Tribunal debían adornar el frontis de la cárcel, quedando el de la casa consistorial para el comercio.

            El día 15 las comisiones señalaron que tenían todo preparado para el recibimiento real. Por ello se acordó que una comisión municipal, con otros individuos de la junta auxiliar, quedasen en el palacio del barón de Warsage, para proporcionar a la reina cuanto necesitara para su servicio, con los sirvientes que creyeran oportuno. También se acordó que una comisión pasara a Ateca, para presentar al mayordomo mayor los respetos del ayuntamiento y se publicara un bando, invitando a los vecinos a colocar colgaduras en los balcones al día siguiente, con iluminación nocturna.

            Tras la llegada y pernocta de la comitiva real el día 16, en la sesión celebrada el día 20 de junio, la corporación acordó vender al día siguiente, en pública subasta, todos los efectos que había adquirido para el alojamiento y servicio de la reina e infantas, en el palacio del barón de Warsage.

            Por un oficio fechado en El Frasno el día 17, el gobernador pedía al ayuntamiento que facultativos médicos investigaran, si en la casa donde se había alojado la reina, habían fallecido dos enfermos hécticos y vivían entonces otros dos. En esta misma sesión del día 20, el ayuntamiento consideró esta noticia como invención de mala voluntad, por lo que se acordó convocar a todas las personas que habían intervenido en el arreglo del palacio, para elevar una exposición a la reina, dirigiéndola a la duquesa de la Victoria y de Morella, con la certificación de los médicos de la ciudad, que pedía el gobernador.

            Jerónimo Valdés, comandante general de la Guardia Real, cumpliendo los deseos reales, solicitaba al ayuntamiento la colección de versos, que se habían fijado en las fachadas del palacio del barón de Warsage, casa consistorial y demás edificios. La corporación acordó remitirlos, incluidos los que se habían elegido para la serenata.

            En una carta fechada en Ricla el 20 de junio, Miguel Martín señalaba su disgusto, porque sus majestades no se habían dignado en escuchar la serenata. Y añadía que, al salir de vuelta para Ricla, había perdido la ropa que llevaba en una alforja y una bandurria, por lo que solicitaba al ayuntamiento algo más que los gastos de viaje, por estas pérdidas de ropa e instrumento, que se elevaban a unos 17 o 18 duros.

            La contestación del ayuntamiento a la petición del gobernador, llevaba fecha del 20 de junio. En ella negaba rotundamente la información que apuntaba el gobernador, mostrando su sorpresa por esta falsedad mal intencionada. Aseguraba que el palacio donde se había hospedado la reina, era propiedad del barón de Warsage. Desde 1829 funcionaba como café, bajo la dirección de José Mata. Su hijo Mariano Mata había sido destinado a la sección de artilleros nacionales de Calatayud. En una expedición contra los enemigos, cruzando el puerto de Used, había contraído una bronconeumonía, que había provocado su muerte. Su padre se resintió también de su salud, falleciendo al poco tiempo, a los 63 años de edad, debido a dolencias, que nada habían tenido que ver con alguna enfermedad contagiosa. El ayuntamiento achacaba su fallecimiento a la fatiga, penalidades y sustos, que había sufrido en un viaje precipitado a Madrid, siendo perseguido por la facción de Cabrera, en el que uno de sus acompañantes había fallecido.

            El ayuntamiento señalaba que todas las habitaciones orientadas al mediodía, que habían ocupado sus majestades, estaban destinadas a salas de café. Tanto José Mata como su hijo Mariano, habían pasado sus dolencias en la parte opuesta del palacio, orientada al norte, habiendo fallecido en 1836 y 1837, respectivamente. La familia del barón de Warsage había ocupado con su familia el palacio, hasta su traslado a Zaragoza, sin sufrir tampoco ningún contratiempo importante en su salud. Manuel Mata, hijo de José, y su nieta Fulgencia Mur, no padecían ninguna enfermedad contagiosa, como así lo acreditaban los certificados médicos que se acompañaban.

            El ayuntamiento añadía que el café funcionaba cerca ya de once años, siendo el más concurrido de la ciudad. Desde 1829 hasta la fecha, se reunía en él lo mejor de la población, donde se pasaba las tardes y noches de tertulia y juegos honestos. También se habían celebrado festines, bailes y banquetes, siempre muy concurridos, con motivo de algún acontecimiento extraordinario, además de los acostumbrados en carnaval y Pascuas. Las comidas, helados, licores y demás productos que se servían en el establecimiento, eran elaborados exclusivamente por la familia Mata que, antes de entrar en este palacio, había ocupado una casa de Iñigo Martínez, en la Plaza del Mercado, sin que nadie padeciera enfermedad alguna contagiosa.

            El ayuntamiento apuntaba que, por respeto a la reina y a su familia, había elegido este palacio por el más conveniente y a propósito para su hospedaje. Para evitar la amenaza a la seguridad real, se había desmochado parte de una torre, demasiado inclinada, situada frente al palacio. Tampoco se había olvidado de la salubridad del local. Los concejales y colaboradores habían limpiado, blanqueado, pintado y adornado las estancias con los mejores muebles de la ciudad.

            El ayuntamiento pedía a la reina que tranquilizase su ánimo, jurando por su honor que no existía el menor motivo de desconfianza, respecto a la salubridad del palacio, asegurando que el autor de esta calumnia malintencionada era enemigo de la corona.

            Los profesores de Medicina, domiciliados en la ciudad: Vicente Colás, de 68 años, Vicente Labastida, de 37 años, Francisco Gutiérrez Simón, de 37 años, y Francisco Fernández de Soto, de 29 años, reunidos por orden del alcalde de la ciudad, señalaban que habían acudido al local, entonces café público, donde habían investigado el estado de salud de la familia que lo habitaba, constatando que ningún individuo padecía fiebre héctica, ni otra enfermedad semejante, gozando todos ellos de un estado de salud bastante completo. Mariano Mata había fallecido por afección pulmonar y José Mata, padre de Manuel y Benita, también había fallecido por afección pulmonar crónica. Los facultativos, que firmaban esta declaración el 20 de junio, señalaban que los que vivían entonces en el palacio no padecían fiebre héctica.

            En la sesión celebrada el 19 de agosto, se vio un oficio del capítulo de San Pedro, en el que informaban que, en la demolición de la torre, habían sufrido mucho los tejados, pidiendo al ayuntamiento su reparación. La corporación acordó que el maestro de obras reconociera los tejados, para su arreglo. Pero el asunto se fue dilatando, pues en la sesión del 27 de diciembre, el capítulo de San Pedro insistía de nuevo en el arreglo de los tejados, debido a las obras precipitadas de desmoche de la torre, pidiendo además la construcción de un campanario. Para ello el ayuntamiento nombró otra comisión, para que revisara de nuevo los tejados.

            En la sesión del 24 de septiembre se informó que, una noticia recibida extra judicialmente, confirmaba el paso por la ciudad, con destino a la corte, del capitán general Espartero, duque de la Victoria y de Morella. Por ello el ayuntamiento acordó que el maestro de postas, José Yus, despachara un apostado con caballo a El Frasno, dejando otro en la venta de Silvestre  Gaspar, con objeto de saber con anticipación la llegada del duque. Se acordó que el posadero de la posada del Muro arreglara, con la mayor decencia y lujo posibles, la mejor habitación de su establecimiento, teniendo dispuesto un obsequio ligero y del mejor gusto, debido a lo precipitado del viaje. El alcalde segundo quedó encargado de proporcionar un cesto, con los mejores melocotones que encontrara en Campiel. También se acordó que el ayuntamiento permaneciera en la posada del Muro, con todos los sirvientes y con las dos capillas de música de la ciudad.

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Presentación: El venerable Ruzola. Calatayud 1599 – Viena 1630

Se trata de una publicación necesaria e imprescindible para conocer con mayor profundidad la figura del bilbilitano fray Domingo de Jesús María Ruzola, más conocido como venerable Ruzola.

Gracias al magnífico trabajo realizado por su autor, Fidel Sebastián Mediavilla, quien ha realizado un minucioso y riguroso estudio de todas las fuentes publicadas hasta la fecha y otras inéditas, descubriremos la sorprendente y azarosa trayectoria vital de este ilustre bilbilitano que alcanzó gran fama, sobre todo, fuera de nuestras fronteras.

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CABALGATA DE LOS REYES MAGOS

El año pasado Manuel Saz nos enviaba al correo electrónico del CEB estas copias de imágenes que desde entonces forman parte del Archivo Fotográfico del CEB.
Organizando sus fotografías familiares encontró estas instantáneas donde su padre, Manuel Saz Pérez, participaba en una cabalgata de reyes y en cuyo reverso ponía Calatayud. Las fechas aproximadas oscilan entre 1955 y 1963 pues en esa época sus abuelos vivían en Calatayud.
Gracias a Carlos de la Fuente, consejero del CEB, hemos podido localizar el local donde fue tomada una de las fotografías y a todas las personas que aparecen en ella.

Interior donde aparecen caracterizados los tres Reyes Magos. Sobre la mesa se aprecia la cuna con el Niño Jesús junto a varios paquetes. Varias personas vestidas de fiesta acompañan a los Reyes.
Cabalgata de Reyes con el rey Melchor a caballo y pajes que sujetan las bridas del brioso equino.

Gracias a todos por su colaboración y en especial a Manolo Saz por enviarnos estas sorprendentes imágenes donde su padre, un 5 de enero, al atardecer y siguiendo la tradición, se caracterizó de rey Melchor y formó parte de esta cabalgata bilbilitana antes de que los Reyes dejasen durante la noche los regalos en las casas.

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